Estimada familia y amigos: Todos ustedes conocen nuestra vida, la de mi Mamacita, Paulita y mía. En todos estos años, hemos vivido muchas experiencias, aventuras les llamamos nosotros, en las cuales en ocasiones ha estado de por medio nuestra vida, pero en la mayoría todo ha pasado a ser una cómica historia.
Últimamente me ha dado por recordar muchos de esos episodios y me gustaría que ustedes las conocieran, pues tal vez ustedes sean parte de esas anécdotas y se diviertan tanto como nosotros recordándolas.
Para no cansarlos, iré presentándolas poco a poco. Espero que las disfruten tanto como yo y que si ustedes se acuerdan de alguna, me lo recuerden para escribirlas y presentarlas a todos.
Esta será la primera de las historias de mi vida.
Corría el año de 1985, en ese tiempo laboraba en la llamada Subdirección Regional Norte de la Dirección General de Obras Hidráulicas e Ingeniería Agrícola para el Desarrollo Rural, nombre más largo que efectivo y que en palabras llanas era lo que antes se conocía como Pequeña Irrigación, es decir un área dentro de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos que hacía aquellas obras que por “chiquitas” no tenían el honor que las hicieran los Ingenieros de Verdad (los de Grande Irrigación), pero que en conjunto resultaban tan grandes como todas las obras de aquellos.
Pues bien, la Subdirección Regional Norte tenía como circunscripción territorial los estados de Coahuila, Durango y Chihuahua, para “atender” proyectos de riego, bien fuera de reconocimiento de posibles lugares para construir una presa, una zona de riego o para perforar algún pozo con fines de riego, aunque de vez en cuando, cualquiera de los “jefes” pudiera darnos alguna encomienda que rebasara nuestras obligaciones originales.
Este fue el caso que nos ocupa. Pues aunque no era nuestra circunscripción, se nos encomendó realizar una visita de inspección a una presa vieja denominada Santiago, que se encontraba en el estado de Zacatecas, lugar un poco fuera de nuestra zona de trabajo habitual.
El Subdirector Regional, citó al Residente General de Estudios y Proyectos (mi jefe) y a mí, por aquel entonces Gerente de Estudios, a que lo acompañáramos a esta visita, con el fin de tener una opinión más amplia sobre el citado proyecto, para lo cual solicitó el apoyo de la Representación de la SARH en La Laguna para que nos facilitaran una avioneta para trasladarnos por aire más fácilmente al sitio. También habló con el Presidente Municipal de Miguel Auza, Zacatecas, para definir el día y lugar de la cita, quedando éste al día siguiente en el “aeropuerto” de Miguel Auza. Miguel Auza se encuentra en la ruta Torreón-Zacatecas, que ya había recorrido una infinidad de veces en mis continuos viajes a la ciudad de México, razón por la cual mi perplejidad fue mayúscula, pues en realidad yo no recordaba ningún aeropuerto o nada por el estilo en la zona de Miguel Auza, sin embargo, al comentar con mi jefe, me comentó que si el Presidente Municipal lo había dicho, quería decir que existía algo similar.
Al siguiente día, muy temprano despegamos del aeropuerto de Torreón, con rumbo al de Miguel Auza, aunque el Piloto también comentó que él personalmente nunca había bajado en dicho aeropuerto, pero que lo había oído nombrar.
Tras aproximadamente una hora y cuarto, llegamos a la zona y el piloto solicitó nuestra colaboración para identificar el sitio donde se encontraba “el aeropuerto” de la zona. Dimos vueltas en círculos cada vez más grandes por aproximadamente 15 minutos sin encontrar el famoso “aeropuerto” y ya estábamos a punto de darnos por vencidos y regresar a Torreón, cuando el piloto vio a una persona haciendo señas en la cabecera de lo que parecía una pista de carreras parejeras y allá se dirigió.
Cuando nos acercamos, se veía una brecha muy corta y en no muy buen estado, donde la persona continuaba haciendo señas. Supusimos que era personal de la presidencia municipal que venía a esperarnos. Después de un rápido reconocimiento, el piloto avisó que intentaríamos aterrizar, pero que iba a ser un aterrizaje muy forzado, pues la pista era muy corta y no sabía qué tan firme.
Se enfiló para el aterrizaje y cuando estábamos por llegar a la cabecera de la “pista”, tuvimos que levantarnos ligeramente ya que había una cerca de alambre de púas que a esta distancia se veía enorme, después de lo cual el piloto prácticamente desplomó el avión, para aplicar los frenos a todo lo que daban y detenernos a solo unos metros del final de la pista.
Mientras dábamos la vuelta para encontrarnos con la persona de las señas, el piloto le comentó a nuestro jefe que era prácticamente imposible despegar de esa misma pista, por lo corto de la misma, pero que ya había visto desde el aire que la carretera federal pasaba a unos 50 metros de la pista y que mientras que nosotros hacíamos nuestra tarea, él acercaría el avión a ella para despegar desde ésta con “más seguridad”.
Efectivamente, la persona que nos esperaba era precisamente el Presidente Municipal de Miguel Auza, solo, sin mayor compañía que una camioneta Pick Up no precisamente del año (qué tiempos aquellos), donde nos tuvimos que apretar un poco para caber tres en la cabina y por supuesto yo (el de menor jerarquía) en la caja. Fuimos a la presa donde se hizo el reconocimiento y tener una opinión sobre el estado de la misma y sus posibilidades de rehabilitación, que por cierto estaba en tan mal estado que la recomendación fue construir otra presa y no tratar de rehabilitar la existente.
Después de la visita que duró un par de horas, el Presidente Municipal nos invitó a comer en una fonda del pueblo y regresamos al sitio donde nos esperaba el avión, ya en un costado de la carretera.
El piloto explicó al Presidente Municipal la manera como despegaríamos y le solicitó que se adelantara después de una pequeña loma que impedía que viéramos más allá de unos 50 m, para que colocando la camioneta transversal al tráfico, impidiera que algún vehículo transitara por la carretera mientras realizábamos nuestra maniobra de despegue.
Después de unos momentos en los que supusimos que ya no vendría ningún vehículo, el piloto se encaminó al lado contrario, por otros 50 m, hasta donde un señalamiento de no rebasar impidió que camináramos más. En ese punto giró 180° el avión y aceleró para el despegue.
Habíamos caminado unos 100 m cuando mucho cuando llegamos a lo alto de la “lomita”, cuando vemos no más allá de unos 50 ó 70 m más adelante, la camioneta del Presidente Municipal y una cola de unos 5 vehículos encabezada por el autobús de pasajeros más grande que yo había visto en mi vida. Todos sabíamos que no había espacio suficiente para realizar un despegue normal y mucho menos para detenernos, así es que rápido de reflejos, el piloto levantó el aparato del suelo apenas lo suficiente para salir de la carretera hacia un lado para “librar” la altura del camión de pasajeros, pero una vez librado éste, enfrente de nosotros vimos unos cables de alta tensión que atravesaban transversalmente la carretera, por lo que el piloto regresó nuevamente a la carretera, se volvió a posar sobre ella exactamente bajo los cables eléctricos, después de lo cual, volvió a levantarse y entonces suavemente, ir ganando altura como si nada hubiera pasado. No quiero ni acordarme que para entonces los tres pasajeros estábamos lívidos.
Ya de camino de regreso, yo que iba en el asiento del copiloto le pregunté al piloto si todo eso estaba planeado. Su respuesta no fue todo lo tranquilizante que yo hubiera querido, pues comentó que si no fuera por lo cerca que se colocó el Presidente Municipal y lo alto del camión de pasajeros, habría sido un despegue “normal”.
Comparado con esto, el vuelo de regreso al aeropuerto de Torreón fue un viaje de placer.
Su amigo: Jesús Magallanes Patiño.
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