miércoles, 10 de julio de 2013

5 ¡Se paró el motor del avión sobre Chapala!


 

 
La estancia de un Servidor en la Coordinación Regional Centro de la Subsecretaría de Infraestructura Hidráulica, fue una magnífica oportunidad de entrenamiento en varios sentidos: Entrenamiento profesional, pues además que nos permitía tener reuniones de todo tipo con personajes del más alto nivel, inclusive con el Presidente de la República o con el Gobernador de algún estado, teníamos en ocasiones que asistir en representación de la Subsecretaría a eventos que no tenían como tema central el agua, de manera que aprendíamos a movernos un poco en el mundo de la política, saliendo un poquitín de la Técnica.

 

También nos permitió adquirir experiencia en optimizar tiempos de traslado, pues en ocasiones requeríamos salir muy temprano de la Cd. de Querétaro para asistir a una reunión por la mañana en otra ciudad, después asistir a una comida de negocios en una segunda ciudad y por la tarde o noche, tener otra reunión en una tercera ciudad, para llegar a pernoctar a nuestra casa en la Cd. De Querétaro por la madrugada del otro día.

 

Por supuesto, este último aspecto nos permitió también conocer las mejores opciones de un viaje en avión, pues en ocasiones uno piensa que un viaje en avión puede ser mucho más rápido que el mismo viaje por tierra, pero en realidad cuando se pone uno a hacer cuentas del tiempo de traslado al aeropuerto, espera, viaje, llegada, traslado al sitio de la reunión, etc., resulta que si se hubiera uno trasladado por tierra hubiera hecho exactamente el mismo tiempo, o un poco menos, amén de la disponibilidad del vehículo.

 

Además, en la Coordinación, por gestiones de nuestro jefe, teníamos a disposición de la oficina un pequeño avión Cessna 310, que se podía manejar al gusto de nosotros, siempre que no lo ocupara nuestro Coordinador. Esto último era lo más frecuente.

 

Solo como ejemplo, les contaré rápidamente una anécdota que me sucedió el primer día de mi llegada a la Coordinación.

 

Llegué ese día a mi nuevo centro de trabajo, habiendo llegado el día anterior de mi natal Torreón, a hospedarme en uno de los hoteles de la ciudad, por lo menos hasta que llegara mi esposa y escogiera una casa a donde llevar los muebles.

 

Como no conocía ni el lugar de trabajo, ni mucho menos mi nueva oficina ni el personal a mi cargo, llegué directo a la oficina de mi nuevo Jefe quien en ese momento estaba gestionando una reunión en la Ciudad de Puebla, para definir el futuro de esa oficina, que originalmente formaba parte de la Oficina Regional de Querétaro. Ese día había llegado también, en circunstancias parecidas a la mía, otro compañero de Torreón.

 

Estábamos esperando que terminara de hablar por teléfono mi jefe, cuando él se dirigió a nosotros dos y nos lanzó directamente: ”Acompáñenme a Puebla a una reunión y regresamos, al cabo que vamos en el avión” Por supuesto que en las circunstancias en las que nos encontrábamos, para nosotros daba igual estar en Puebla que en Querétaro.

 

Sin mayores preparativos, unos 20 minutos después llegamos al aeropuerto para ir a Puebla, donde ya nos estaban esperando para llevarnos a la oficina. Tuvimos nuestra reunión y siendo ya un poco tardecito, nos dirigimos al aeropuerto de Tulancingo, para regresar a Querétaro. En el aeropuerto nos dijo el piloto que ya no nos iban a autorizar aterrizar en Querétaro, ya que cuando llegáramos allá, seguramente ya no habría luz de día.

 

Así, pues, nuestro jefe tomó la decisión que nos iríamos por tierra, sin embargo al pasar la camioneta por México, le hablaron a mi jefe y le dijeron que tenía que estar en Guadalajara al día siguiente.

 

Para no hacer el relato más largo y aburrido, solo les diré que el viaje de “ida y vuelta” que comenzó el miércoles en Querétaro, terminó el viernes en Guadalajara, donde tuve que comprar ropa de repuesto para poderme cambiar.

 

Ese era nuestro ritmo de trabajo durante todo el tiempo que estuve en la dichosa Coordinación.

En una ocasión, sin embargo, tuve que asistir a una reunión en la ciudad de Colima, así que mi jefe me dio oportunidad de usar el avión de la Coordinación. Salimos por la mañana de la Ciudad de Querétaro, debido a que aún  no se construía el aeropuerto de la ciudad de Colima, aterrizamos en el de Manzanillo, de manera que a las 10 de la mañana estábamos en Colima para nuestra reunión y por la tarde, a la hora que fijó el capitán, regresábamos a Querétaro, con tiempo suficiente para poder aterrizar sin problemas.

Ese día, como cualquier día de trabajo, tuvimos nuestra reunión, dado que de cualquier manera deberíamos regresar al Puerto de Manzanillo para tomar el avión, decidimos comer mejor en ese lugar y ganar un poco de tiempo. Cuando llegamos al Aeropuerto, ya estaba el piloto y el avión listo, de manera que solo tuve que abordar el avión y despegamos, con la autorización de la Torre de Control.

Una costumbre que adquirí desde que viajaba en avión oficial, cuando el piloto estaba ocupado o en comunicación con la Torre de control, me entretenía observando las características del terreno y constantemente, tratando de definir algún lugar donde poder efectuar un aterrizaje de emergencia, en caso necesario. Esta costumbre se vuelve una obsesión, aunque inconsciente, cuando se vuela frecuentemente.

Habían transcurrido unos 15 ó 20 minutos desde que despegamos del aeropuerto de Manzanillo, cuando teníamos a la vista el Lago de Chapala, imponente en toda su magnitud, pues a la vez que alcanzábamos a ver todo el lago, alcanzábamos a distinguir detalles en sus alrededores.

Cuando nos encontrábamos volando exactamente encima del lago, es decir, teníamos por debajo del avión, solo agua, repentinamente sentimos una brusca pérdida de sustentación y el avión se inclinó hacia el lado izquierdo, signo inequívoco de que el motor del lado izquierdo había perdido potencia.

Yo no dije nada, pues pensé que el piloto necesitaba concentrarse en su trabajo, sin embargo, pensaba en qué pasaría si teníamos que aterrizar en esas condiciones.

Con la velocidad que dan los años de entrenamiento y la juventud, el piloto inmediatamente “perfiló” la hélice del lado izquierdo, es decir, la puso en una posición en la que oponía menos resistencia al aire y tomó el micrófono para comunicar a la Torre de Control de Guadalajara que uno de nuestros motores se había detenido.

Recuerdo perfectamente que la torre de control, con la mayor serenidad del mundo, pero con hablar rápido, claro y hasta autoritario, le indicó al piloto que le iba a despejar el “camino” al aeropuerto de Guadalajara, que por cierto se encontraba relativamente cerca,  para que nos dirigiéramos hacia allá, sin problemas.

El avión se inclinó aún más, para dirigirse al aeropuerto de Guadalajara y vi que el piloto no dejaba de buscar de qué manera recobrábamos el motor apagado, principalmente tratando de “bombear” el combustible. Habrían transcurrido unos 5 minutos desde que el motor se había detenido, cuando las maniobras del piloto dieron resultado y el motor funcionó nuevamente, sin embargo el piloto me informó que por protocolo, una vez que avisa una aeronave que tiene dificultades, debe aterrizar, aunque esté nuevamente en condiciones de volar.

Así que nos acercamos al aeropuerto de Guadalajara y en los pocos minutos que nos separaban de él, efectivamente no había ninguna aeronave además de nosotros. Sin embargo, observé que el avión llegó a la cabecera de la pista a unos 15 o 20 metros de altura, cuando normalmente en ese punto ya están tocando tierra, pero descendió rápidamente sin mayor problema, con la potencia de los motores en  niveles normales.

Debo decir que una de las cosas que más me impresionó es que una vez que ya habíamos aterrizado e íbamos carreteando rumbo a la zona de hangares, por alguna razón voltée hacia atrás del avión y me di cuenta que atrás de nosotros venían los cuerpos de emergencia por si aún se requirieran sus servicios. Debo reconocer que en ese momento caí en la cuenta de lo que podría haber pasado... No quiero ni pensarlo....

Ya en tierra, el piloto estaba por rendir su informe, cuando me comentó que había notado que yo no había hecho aspavientos ni había perdido el control, que me felicitaba, le contesté una cosa que en realidad no la había pensado, pero que en ese momento reflexioné, que ya tenía él (el piloto) suficientes problemas con la situación, como para preocuparse por un pasajero histérico, además de que todo el tiempo yo estaba atento a ver en dónde caíamos y la manera de salir mejor librado.

Entonces yo le pregunté al piloto que porqué había llegado tan alto a la pista, a lo que él contestó que el paro de motor que nos había pasado en el aire podría repetirse en el aterrizaje y si eso pasara y llegáramos a la altura de costumbre, significaría un accidente seguro, de manera que prefirió llegar más alto que lo normal.

Mientras presentaba el reporte, aproveché para pedir a la oficina local que me proporcionara un vehículo que me trasladara a la Ciudad De Querétaro, por tierra.

Cuando el piloto terminó de presentar su informe de lo acontecido, salió de la capitanía y me preguntó que si volábamos a Querétaro, al fin y al cabo aún llegaríamos a buena hora. Lo que le contesté no está permitido escribirlo en un relato como éste, así que mejor imagínenselo!!!.

sábado, 6 de julio de 2013

4 Uf ya mero nos pasamos


Nuevamente me remonto a la época en la que estuvimos en Torreón en lo que fue la Subdirección Regional Norte de Obras Hidráulicas e Ingeniería Agrícola para el Desarrollo Rural.

Mi jefe tenía fama de haber tentado a la muerte varias veces y haber sobrevivido para contarlo, no sin señales visibles de ello, pues cojeaba de la pierna derecha, los dedos de la mano derecha no los podía extender muy bien, así que cuando veía un plano de topografía, solo separaba más o menos la punta de los dedos de acuerdo con la escala y con eso medía las hectáreas de superficie; cuando pedíamos papelería y en especial unos ganchos de cartón usados para colgar planos, les llamábamos “orejas” por su forma, él bromeando nos decía que le pidiéramos una caja para su uso personal, pues a él le faltaba una oreja, además que usaba peluquín, pues no tenía pelo. O sea que era todo un figurín.

No obstante, tenía unas ganas de vivir y trabajaba como pocos.

Además tenía un carácter muy campechano y a todo el mundo le caía bien.

En una ocasión, en que nos encargaron que fuéramos a visitar el sitio para una presa, nos dio unas indicaciones muy complicadas para llegar al sitio, finalizando con la ubicación de un entronque en el que había que dar vuelta hacia el oriente (What???) después de haber pasado como unos 300 m delante de un puente que no tendría más de 2 y medio metros de largo.

Pues salimos para reconocer el sitio, tratando de seguir al pie de la letra las indicaciones que nos había dado, hasta el punto en el que llegamos a un lugar en el que nos habían dicho que si llegábamos a él, significaba que ya nos habíamos pasado, así que nos regresamos exactamente por donde habíamos llegado. Cuando pensábamos que nuevamente  nos habíamos pasado, decidimos preguntar como llegar al sitio que nos habían encomendado y nos dieron una explicación detallada de cómo llegar.

Cuando por fin encontramos el dichoso entronque con el camino principal, vimos unos caballos pastando tranquilamente a un costado del camino, por lo que el ingeniero que iba conmigo dijo en su tono más jocoso: “mejor nos hubiera dicho el jefe que diéramos vuelta donde estaban los caballos y hubiera sido más fácil ubicar este entronque”, señalando a, los mencionados caballos.

En otra ocasión, cuentan los viejos integrantes de la Subdirección Regional, que mi jefe, quien ya tenía fama de tener mala suerte, había sido citado por el Director General para ir a visitar unos proyectos en la zona desierta de Coahuila. En realidad, no era exactamente mala suerte la de mi jefe, sino que era una mezcla de pasión por la velocidad (siempre viajaba por lo menos a 100 km/h), entusiasmo por explicar las características de los proyectos, interés por dar a conocer que él conocía casi cada obra que se había hecho en la región, y pues sí, un poquito de salvajismo para manejar, pues prefería atravesar transversalmente un terreno sembrado con todos los brincos que eso implicaba y con el brutal desgaste del vehículo, que dar un rodeo de un kilómetro.

Sabiendo lo distraído que mi jefe era, el Director General trató por todos los medios de convencer a mi jefe de que llevaran un chofer, sin embargo y como era de esperarse, mi jefe explicó que lo que harían era llevar una segunda camioneta atrás de ellos para que les auxiliara en caso de algún percance y que el Director General y él podían ir platicando los pormenores de los proyectos que pensaban visitar.

Así fue que en el transcurso de la mañana visitaron dos proyectos sobre los cuales se tomaron importantes decisiones para su mejor desempeño sin que se presentara incidente alguno.

Sin embargo, el encaminarse a visitar el tercer sitio, la plática entre ellos se puso muy interesante, pues el proyecto tenía muchos puntos buenos, pero también muchos puntos en contra, así que mi jefe iba muy ensimismado en la plática.

En algún momento dado, llegaron a un entronque que estaba a 90° del camino principal y donde tenían que dar vuelta, ero mi jefe, como era su costumbre, iba señalando al Director General las obras que se habían construido en la región, cuando se da cuenta que tenían que dar vuelta.

Intempestivamente, tira del volante hacia la izquierda, hacia donde tenían que dar la vuelta, pero sin disminuir la velocidad, de manera que pasó lo más natural que tenía que pasar: la camioneta se volcó sobre su costado derecho, dio una vuelta completa y quedó nuevamente en posición normal, enfilada al camino que debían tomar.

Cuando la camioneta que iba detrás de ellos se paró para ver qué les había pasado, comentan que se acercaron a la camioneta del Director General y les preguntaron qué había pasado, a lo que mi jefe contestó: “Uf, ya mero nos pasamos”

miércoles, 3 de julio de 2013

3 Primer lugar de la fila de solicitud ingreso a la UNAM


Cuando terminamos la preparatoria, surgió la inevitable pregunta de qué iba a estudiar. De hecho esta pregunta nos la hicieron los “asesores” que teníamos en la escuela un medio año antes de salir y en mi caso, la respuesta fue que lo que más me atraía era la Ingeniería Civil. Y todavía más, pues me imaginaba que al terminar mi carrera estudiaría una maestría en estructuras y luego me regresaría a Torreón para continuar con mi vida normal.

Sin embargo, desde el principio las cosas no fueron exactamente como las planée, pues en la ciudad de Torreón no había la carrera que yo quería, así que mi papá me mandó llamar y me dijo: “La carrera que quieres no existe en Torreón, por lo que tendrás que salir fuera para estudiar. Las opciones que tenemos son solo dos: O te vas a Saltillo a estudiar en la Universidad Autónoma de Coahuila, o te vas a la ciudad de México donde podrías estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, recuerda que en la Ciudad de México tienes mucha familia, de manera que en cierto sentido no estarías solo.

Todas estas razones me estuvieron dando vuelta por la tan inquieta cabeza de un muchacho de 18 años que quiere comerse el mundo a mordidas. Para acabar de ambientar la situación, vale la pena recordar que en los últimos meses de la Preparatoria, tuve un serio accidente en la motocicleta, de manera que estuve varios meses en cama y ya estaba aburrido de estar en la casa acostado sin hacer nada.

Ante este panorama, decidimos (mis papás y yo) que me convendría más estar con la familia para acabar de aliviarme de mi pié, si es que algún día me iba a aliviar, tan difícil veía yo la situación de las lesiones en mi pierna izquierda.

De esta manera, investigamos requisitos, fechas, etc. de los requerimientos para entrar a la UNAM. En esas indagatorias descubrimos una situación que venía a complicar un poco más la ya de por sí incierta situación: Debido a los acontecimientos que ahora son historia acaecidos en el año 1971 y 1972 en varias universidades del país, la UNAM estaba en huelga y lo estaría por un tiempo indefinido hasta que se pudiera garantizar una paz duradera, de manera que teníamos un mundo incierto por delante y nos dedicamos a estudiar para el examen de admisión, para no batallar tanto en el momento que tuviéramos que presentarlo.

Ya nos habían advertido que entrar a la Universidad Nacional Autónoma de México no era cosa fácil, por dos razones principales: Primero porque para evitar la sobrepoblación de la Máxima Casa de Estudios, se estaba restringiendo la entrada a aquellos estudiantes que vivieran en la Ciudad de México o que por alguna razón se mudarían a ella. Segundo, porque dada la gran demanda por lugares para estudiar, cada año presentaban solicitudes y exámenes de admisión un número que fácilmente superaba la proporción de 7 a 1, es decir que por cada uno que era admitido en la Universidad, había 7 estudiantes que desgraciadamente quedaban fuera de esa posibilidad. Sin embargo, extraoficialmente también nos habíamos enterado de una estadística que estaba aparentemente a nuestro favor: Los estudiantes de provincia generalmente llegaban mejor preparados que los estudiantes de la propia capital, y más aún, los estudiantes de escuelas privadas tenían mejores posibilidades de quedarse en la Universidad que aquellos que provenían de escuelas públicas.

Así que ante este sombrío panorama y con la confianza que nosotros veníamos de una de las mejores escuelas privadas de Provincia (por lo menos de Torreón), nos dedicamos a repasar todos los conocimientos que habíamos recogido en los tres años de Preparatoria pasados en la Escuela Preparatoria “Carlos Pereyra”

Debo explicar la amplitud del término “nosotros” empleado en los últimos párrafos. Resulta que yo no era el único de la preparatoria que pretendía estudiar en la UNAM, sino que por razones muy similares, éramos un grupo de por lo menos 5 ó 6 compañeros que iríamos a probar suerte en la UNAM.

Pues así nos pasamos algunos meses, desde junio de 1972 hasta abril de 1973, casi un año, estudiando por la tarde y por la mañana paseando o haciendo cosas en nuestra casa, intentando distraer nuestras mentes de la presión que significaba estar de “flojos” sin hacer nada, como decían nuestros padres, hasta que un día de finales del mes de abril de 1973, nos enteramos que la huelga de la UNAM había acabado y para reponer parte del tiempo perdido durante la misma, citaban al examen de admisión para la semana siguiente o sea que si habías estudiado, pues era tu problema y no el de ellos.

Pues que nos pusimos de acuerdo y junto con otro compañero nos fuimos a México a esperar la fecha del examen de admisión. En el ínter nos enteramos que primero deberíamos pasar por la entrega de todos los documentos que pedían para poder entrar a la Universidad en caso de pasar el examen de admisión. El trámite había que hacerlo en determinado día dependiendo de la letra con la que iniciara el apellido de cada quien, de manera que me tocó en cierta fecha, junto con dos compañeros.

Indagando con algunas personas, nos enteramos que el lugar donde había que hacer la entrega de documentos estaba atrás del estadio Azteca, viejo conocido de nosotros (por lo menos por televisión) durante el mundial de Fútbol celebrado en México un par de años atrás, pero que usualmente se llenaba literalmente de aspirantes, de manera que era recomendable llegar “temprano” (cualquier cosa que eso quisiera decir). Para ese primer trámite, decidimos llegar al sitio alrededor de las cinco de la mañana (nos pareció lo suficientemente temprano como para alcanzar buen lugar. Ya que a esas horas era difícil y hasta peligroso encontrar un medio de transporte para llegar hasta allá a esa hora, y ya que para esas fechas ya había dejado la férula de yeso por un par de muletas que aunque igual de incómodas resultaban más prácticas y con mayor movilidad, un tío mío decidió prestarnos su automóvil, un hermoso automóvil marca Chevrolet del año 1954 (el año en que yo nací).

El día de la cita, llegamos al lugar poco después de las cinco y efectivamente no había mucha gente, pero estaban primero que nosotros varios aspirantes que se habían quedado a dormir desde el día anterior para ser los primeros, de manera que nos paramos en tercer o cuarto logar de las puertas de entrada al lugar.

Por supuesto que sabíamos que el llegar a esa hora implicaría estar esperando un tiempo largo, pues las ventanillas de atención las abrían hasta después de las ocho de la mañana, así que nos dedicamos a platicar de todo y nada, como hace uno para pasar el tiempo.

Conforme pasaba el tiempo, veíamos cómo se iba llenando de aspirantes a la Universidad y detrás de nosotros se iba amontonando la gente, de manera que empezamos a sentir cómo nos empujaban en algunos momentos y esa fuerza en ocasiones amenazaba con derribar la puerta. Pronto nos dimos cuenta que para mi que no podía caminar bien iba a resultar muy peligroso encontrarme en ese sitio al momento que abrieran las puertas para correr a los sitios de entrega de documentos, así que con los mismos compañeros acordamos que me saldría yo de aquel maremágnum de aspirantes antes de que abrieran las puertas, mis compañeros tratarían de ganar los mejores lugares y ya con calma, una vez que se tranquilizara la situación, iría yo a la velocidad que me sintiera seguro, a donde ellos estuvieran y me dejarían meterme en la fila, ganando un lugar no tan malo.

Efectivamente, cuando se acercaba la hora de apertura de las puertas, me salí como pude de aquel montón de personas y en buena hora, pues cuando las abrieron, varias personas resultaron lastimadas porque varios cayeron al piso empujados por los demás. Si yo hubiera estado ahí en esos momentos, ni duda cabe que habría quedado aplastado por más de uno.

Como lo planeamos, los compañeros corrieron a todo lo que pudieron para ganar el mejor lugar posible, no obstante, el que mejor le fue estaba a unos 15 o 20 lugares de la ventanilla, de manera que esa fue mi posición cuando me acerqué a ellos posteriormente.

En esos primeros lugares, para delimitar las filas había un par de hileras de tubos para encauzar a las personas y evitar que se perdiera el orden de las filas, así que aproveché para descansar, recargando las muletas sobre esos tubos y sentándome sobre los del centro, platicando de los pormenores de la situación con mis compañeros.

Debo reconocer que a pesar de la situación tan aparentemente caótica, la UNAM tenía todo bajo control, pues incluso varios trabajadores de la Universidad, fácilmente reconocibles por los uniformes de la Universidad y unos enormes brazaletes que decían “Vigilancia”, de manera que los muchachos estaban muy tranquilos, después del trance del acomodo interno.

Precisamente uno de esos “vigilantes”, pasó por el grupito donde estábamos todos y se sorprendió al ver las muletas recargadas en los tubos separadores, de manera que preguntó con voz fuerte que todos oímos:

-      De quién son las muletas?

-      Mías, le contesté

-      Qué le pasó - volvió a preguntar

-      Tengo lastimado mi pié.

-      Después de enseñarle superficialmente la herida en mi pié, me dijo venga y me llevó junto con las muletas hasta el primer lugar de la fila y únicamente comentó.

-      Usted será el primero una vez que abran las ventanillas y se podrá retirar en cuanto termine.

En ese momento me di cuenta que aún había personas con buenos sentimientos en este mundo.

De esta manera, fui el primero en hacer el trámite de entrega de documentos, después de lo cual me fui al coche para esperar a mis compañeros, con la ficha que me daba derecho a presentar el examen de admisión en la mano.

Cuando ya todos estuvimos reunidos nuevamente, platicamos los incidentes del día mientras manejábamos de regreso a la civilización, pues en aquel tiempo el IMAN que era donde estábamos, quedaba bastante lejos de ciudad Universitaria, o al menos a nosotros se nos hacía así de lejos.

El examen de admisión estaba programado para presentarse unos pocos días después en las instalaciones de la Magdalena Mixuca, más exactamente en el Palacio de los Deportes, nuevamente de acuerdo con la letra inicial del primer apellido de cada quien. El examen estaba programado para iniciar a las 10 de la mañana y duraba alrededor de 6 horas.

Cuando llegamos formamos varias filas enormes (yo calculo que éramos unos 1000 ó 1500 en cada fila) para entrar y sentarnos. Nos habían hecho la aclaración de que lo único que podíamos llevar era un lápiz, un borrador y una credencial de identificación, además de la ficha que nos habían dado al entregar los documentos.

Conforme fuimos pasando al interior del Palacio de los Deportes, nos fueron acomodando en los lugares donde deberíamos de contestar el examen, quedando entre cada lugar alrededor de tres metros en cualquier dirección, para evitar que alguien pudiera copiar. Como si en aquel ambiente y circunstancias se pudiera copiar.

A cada quien le entregaron un cuestionario con las preguntas del examen No recuerdo exactamente, pero debieron haber sido unas 25 hojas con una cantidad de preguntas tan grande, que daba flojera solo de imaginar en contestarlas todas.

Como en todas las situaciones de este tipo,  no había pasado ni media hora cuando se levantó el primero para entregar su examen. Yo recuerdo haber pensado que ese tipo o bien tenía asegurado su pase porque tenía palancas para entrar o era un zonzo y no tenía idea de cómo contestar el examen y prefería ir a perder el tiempo en otro lado. Debo confesar que lo que no quería pensar era que el examen estuviera tan fácil que efectivamente se podría haber contestado en ese tiempo y yo era el que no tenía la capacidad para hacerlo.

Así duramos hasta que como a las 2 de la tarde, muy cerca de las 4 horas de estar contestando preguntas de todo tipo y de todos los tópicos que se les hubieran ocurrido, consideré que ya había contestado todo lo que sabía, así que dejé de hacerme tonto y me levanté a entregar. Para entonces aproximadamente la tercera parte de los que presentamos ya habían terminado y a partir de ese momento cada vez fueron más los que entregaron sus exámenes y salieron del recinto.

Cuando preguntábamos sobre cómo habríamos de saber los resultados, la contestación típica era que el resultado llegaría en un sobre cerrado a la dirección que cada quien había registrado al momento de entregar los documentos.

Para entonces entre el tiempo que estuvimos en la Ciudad de México para entrega de documentos y esperando a presentar el examen de admisión, ya teníamos más de 15 días en la Ciudad, de manera que decidimos regresar a la ciudad de Torreón a esperar los resultados y preparar las maletas para regresar a estudiar en caso de ser favorecidos con un resultado positivo.

Cuando regresamos a nuestras casas, nuestros papás nos recibieron con gusto, pero con cierto recelo hasta saber si habíamos pasado el famoso examen.

Así pasaron los primeros dos o tres días en que disfrutamos de un merecido descanso después del estrés de todo lo que hicimos en la Capital, pero después de esos días, cada día que pasaba sin tener noticias del examen se convertía en un motivo más de incertidumbre para nuestras vidas. Por ahí del 25 de Mayo, recibimos todos con angustia la noticia de que ya habían empezado a llegar los resultados, aunque no se sabía que nadie del grupo hubiera recibido aún sus resultados. Al día siguiente, me habló mi abuelita de la Cd. de México, pues ahí era donde me quedaría a vivir una vez que me fuera a estudiar y me comentó que había llegado un sobre de la Universidad, pero que venía cerrado y que quería saber si lo podía abrir.

Le contesté que lo abriera por favor y me dio la noticia de que ¡¡¡Había resultado aprobado en el examen y por lo tanto estaba dentro de la Universidad!!!

La mala noticia era que debería estar en la Universidad a más tardar el día 31 de ese mismo mes de mayo para inicio de clases, es decir, me quedaban menos de 5 días para ser alumno de la UNAM, así que después de avisar a mis  papás y comprobar que a mis compañeros también les habían avisado lo mismo (milagrosamente todos logramos pasar el examen), hicimos lo arreglos para salir a la Cd. de México para iniciar nuestra aventura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Por cierto que en esa ocasión yo me fui pensando que regresaría a Torreón en un mes aproximadamente, pero cuál sería mi sorpresa que por el trabajo que había que hacer, tuve oportunidad de regresar a Torreón hasta las vacaciones que fueron seis meses después.