Nuevamente
me remonto a la época en la que estuvimos en Torreón en lo que fue la
Subdirección Regional Norte de Obras Hidráulicas e Ingeniería Agrícola para el
Desarrollo Rural.
Mi jefe
tenía fama de haber tentado a la muerte varias veces y haber sobrevivido para
contarlo, no sin señales visibles de ello, pues cojeaba de la pierna derecha,
los dedos de la mano derecha no los podía extender muy bien, así que cuando
veía un plano de topografía, solo separaba más o menos la punta de los dedos de
acuerdo con la escala y con eso medía las hectáreas de superficie; cuando
pedíamos papelería y en especial unos ganchos de cartón usados para colgar
planos, les llamábamos “orejas” por su forma, él bromeando nos decía que le
pidiéramos una caja para su uso personal, pues a él le faltaba una oreja,
además que usaba peluquín, pues no tenía pelo. O sea que era todo un figurín.
No
obstante, tenía unas ganas de vivir y trabajaba como pocos.
Además
tenía un carácter muy campechano y a todo el mundo le caía bien.
En una
ocasión, en que nos encargaron que fuéramos a visitar el sitio para una presa,
nos dio unas indicaciones muy complicadas para llegar al sitio, finalizando con
la ubicación de un entronque en el que había que dar vuelta hacia el oriente
(What???) después de haber pasado como unos 300 m delante de un puente que no
tendría más de 2 y medio metros de largo.
Pues
salimos para reconocer el sitio, tratando de seguir al pie de la letra las
indicaciones que nos había dado, hasta el punto en el que llegamos a un lugar
en el que nos habían dicho que si llegábamos a él, significaba que ya nos
habíamos pasado, así que nos regresamos exactamente por donde habíamos llegado.
Cuando pensábamos que nuevamente nos habíamos
pasado, decidimos preguntar como llegar al sitio que nos habían encomendado y
nos dieron una explicación detallada de cómo llegar.
Cuando por
fin encontramos el dichoso entronque con el camino principal, vimos unos caballos pastando tranquilamente a un costado del camino, por lo que el ingeniero que
iba conmigo dijo en su tono más jocoso: “mejor nos hubiera dicho el jefe
que diéramos vuelta donde estaban los caballos y hubiera sido más fácil ubicar
este entronque”, señalando a, los mencionados caballos.
En otra
ocasión, cuentan los viejos integrantes de la Subdirección Regional, que mi
jefe, quien ya tenía fama de tener mala suerte, había sido citado por el
Director General para ir a visitar unos proyectos en la zona desierta de
Coahuila. En realidad, no era exactamente mala suerte la de mi jefe, sino que
era una mezcla de pasión por la velocidad (siempre viajaba por lo menos a 100
km/h), entusiasmo por explicar las características de los proyectos, interés
por dar a conocer que él conocía casi cada obra que se había hecho en la
región, y pues sí, un poquito de salvajismo para manejar, pues prefería
atravesar transversalmente un terreno sembrado con todos los brincos que eso
implicaba y con el brutal desgaste del vehículo, que dar un rodeo de un
kilómetro.
Sabiendo
lo distraído que mi jefe era, el Director General trató por todos los medios de
convencer a mi jefe de que llevaran un chofer, sin embargo y como era de
esperarse, mi jefe explicó que lo que harían era llevar una segunda camioneta
atrás de ellos para que les auxiliara en caso de algún percance y que el
Director General y él podían ir platicando los pormenores de los proyectos que
pensaban visitar.
Así fue
que en el transcurso de la mañana visitaron dos proyectos sobre los cuales se
tomaron importantes decisiones para su mejor desempeño sin que se presentara
incidente alguno.
Sin
embargo, el encaminarse a visitar el tercer sitio, la plática entre ellos se
puso muy interesante, pues el proyecto tenía muchos puntos buenos, pero también
muchos puntos en contra, así que mi jefe iba muy ensimismado en la plática.
En algún
momento dado, llegaron a un entronque que estaba a 90° del camino principal y
donde tenían que dar vuelta, ero mi jefe, como era su costumbre, iba señalando
al Director General las obras que se habían construido en la región, cuando se
da cuenta que tenían que dar vuelta.
Intempestivamente,
tira del volante hacia la izquierda, hacia donde tenían que dar la vuelta, pero
sin disminuir la velocidad, de manera que pasó lo más natural que tenía que
pasar: la camioneta se volcó sobre su costado derecho, dio una vuelta completa
y quedó nuevamente en posición normal, enfilada al camino que debían tomar.
Cuando la
camioneta que iba detrás de ellos se paró para ver qué les había pasado,
comentan que se acercaron a la camioneta del Director General y les preguntaron
qué había pasado, a lo que mi jefe contestó: “Uf, ya mero nos pasamos”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario