sábado, 6 de julio de 2013

4 Uf ya mero nos pasamos


Nuevamente me remonto a la época en la que estuvimos en Torreón en lo que fue la Subdirección Regional Norte de Obras Hidráulicas e Ingeniería Agrícola para el Desarrollo Rural.

Mi jefe tenía fama de haber tentado a la muerte varias veces y haber sobrevivido para contarlo, no sin señales visibles de ello, pues cojeaba de la pierna derecha, los dedos de la mano derecha no los podía extender muy bien, así que cuando veía un plano de topografía, solo separaba más o menos la punta de los dedos de acuerdo con la escala y con eso medía las hectáreas de superficie; cuando pedíamos papelería y en especial unos ganchos de cartón usados para colgar planos, les llamábamos “orejas” por su forma, él bromeando nos decía que le pidiéramos una caja para su uso personal, pues a él le faltaba una oreja, además que usaba peluquín, pues no tenía pelo. O sea que era todo un figurín.

No obstante, tenía unas ganas de vivir y trabajaba como pocos.

Además tenía un carácter muy campechano y a todo el mundo le caía bien.

En una ocasión, en que nos encargaron que fuéramos a visitar el sitio para una presa, nos dio unas indicaciones muy complicadas para llegar al sitio, finalizando con la ubicación de un entronque en el que había que dar vuelta hacia el oriente (What???) después de haber pasado como unos 300 m delante de un puente que no tendría más de 2 y medio metros de largo.

Pues salimos para reconocer el sitio, tratando de seguir al pie de la letra las indicaciones que nos había dado, hasta el punto en el que llegamos a un lugar en el que nos habían dicho que si llegábamos a él, significaba que ya nos habíamos pasado, así que nos regresamos exactamente por donde habíamos llegado. Cuando pensábamos que nuevamente  nos habíamos pasado, decidimos preguntar como llegar al sitio que nos habían encomendado y nos dieron una explicación detallada de cómo llegar.

Cuando por fin encontramos el dichoso entronque con el camino principal, vimos unos caballos pastando tranquilamente a un costado del camino, por lo que el ingeniero que iba conmigo dijo en su tono más jocoso: “mejor nos hubiera dicho el jefe que diéramos vuelta donde estaban los caballos y hubiera sido más fácil ubicar este entronque”, señalando a, los mencionados caballos.

En otra ocasión, cuentan los viejos integrantes de la Subdirección Regional, que mi jefe, quien ya tenía fama de tener mala suerte, había sido citado por el Director General para ir a visitar unos proyectos en la zona desierta de Coahuila. En realidad, no era exactamente mala suerte la de mi jefe, sino que era una mezcla de pasión por la velocidad (siempre viajaba por lo menos a 100 km/h), entusiasmo por explicar las características de los proyectos, interés por dar a conocer que él conocía casi cada obra que se había hecho en la región, y pues sí, un poquito de salvajismo para manejar, pues prefería atravesar transversalmente un terreno sembrado con todos los brincos que eso implicaba y con el brutal desgaste del vehículo, que dar un rodeo de un kilómetro.

Sabiendo lo distraído que mi jefe era, el Director General trató por todos los medios de convencer a mi jefe de que llevaran un chofer, sin embargo y como era de esperarse, mi jefe explicó que lo que harían era llevar una segunda camioneta atrás de ellos para que les auxiliara en caso de algún percance y que el Director General y él podían ir platicando los pormenores de los proyectos que pensaban visitar.

Así fue que en el transcurso de la mañana visitaron dos proyectos sobre los cuales se tomaron importantes decisiones para su mejor desempeño sin que se presentara incidente alguno.

Sin embargo, el encaminarse a visitar el tercer sitio, la plática entre ellos se puso muy interesante, pues el proyecto tenía muchos puntos buenos, pero también muchos puntos en contra, así que mi jefe iba muy ensimismado en la plática.

En algún momento dado, llegaron a un entronque que estaba a 90° del camino principal y donde tenían que dar vuelta, ero mi jefe, como era su costumbre, iba señalando al Director General las obras que se habían construido en la región, cuando se da cuenta que tenían que dar vuelta.

Intempestivamente, tira del volante hacia la izquierda, hacia donde tenían que dar la vuelta, pero sin disminuir la velocidad, de manera que pasó lo más natural que tenía que pasar: la camioneta se volcó sobre su costado derecho, dio una vuelta completa y quedó nuevamente en posición normal, enfilada al camino que debían tomar.

Cuando la camioneta que iba detrás de ellos se paró para ver qué les había pasado, comentan que se acercaron a la camioneta del Director General y les preguntaron qué había pasado, a lo que mi jefe contestó: “Uf, ya mero nos pasamos”

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