miércoles, 10 de julio de 2013

5 ¡Se paró el motor del avión sobre Chapala!


 

 
La estancia de un Servidor en la Coordinación Regional Centro de la Subsecretaría de Infraestructura Hidráulica, fue una magnífica oportunidad de entrenamiento en varios sentidos: Entrenamiento profesional, pues además que nos permitía tener reuniones de todo tipo con personajes del más alto nivel, inclusive con el Presidente de la República o con el Gobernador de algún estado, teníamos en ocasiones que asistir en representación de la Subsecretaría a eventos que no tenían como tema central el agua, de manera que aprendíamos a movernos un poco en el mundo de la política, saliendo un poquitín de la Técnica.

 

También nos permitió adquirir experiencia en optimizar tiempos de traslado, pues en ocasiones requeríamos salir muy temprano de la Cd. de Querétaro para asistir a una reunión por la mañana en otra ciudad, después asistir a una comida de negocios en una segunda ciudad y por la tarde o noche, tener otra reunión en una tercera ciudad, para llegar a pernoctar a nuestra casa en la Cd. De Querétaro por la madrugada del otro día.

 

Por supuesto, este último aspecto nos permitió también conocer las mejores opciones de un viaje en avión, pues en ocasiones uno piensa que un viaje en avión puede ser mucho más rápido que el mismo viaje por tierra, pero en realidad cuando se pone uno a hacer cuentas del tiempo de traslado al aeropuerto, espera, viaje, llegada, traslado al sitio de la reunión, etc., resulta que si se hubiera uno trasladado por tierra hubiera hecho exactamente el mismo tiempo, o un poco menos, amén de la disponibilidad del vehículo.

 

Además, en la Coordinación, por gestiones de nuestro jefe, teníamos a disposición de la oficina un pequeño avión Cessna 310, que se podía manejar al gusto de nosotros, siempre que no lo ocupara nuestro Coordinador. Esto último era lo más frecuente.

 

Solo como ejemplo, les contaré rápidamente una anécdota que me sucedió el primer día de mi llegada a la Coordinación.

 

Llegué ese día a mi nuevo centro de trabajo, habiendo llegado el día anterior de mi natal Torreón, a hospedarme en uno de los hoteles de la ciudad, por lo menos hasta que llegara mi esposa y escogiera una casa a donde llevar los muebles.

 

Como no conocía ni el lugar de trabajo, ni mucho menos mi nueva oficina ni el personal a mi cargo, llegué directo a la oficina de mi nuevo Jefe quien en ese momento estaba gestionando una reunión en la Ciudad de Puebla, para definir el futuro de esa oficina, que originalmente formaba parte de la Oficina Regional de Querétaro. Ese día había llegado también, en circunstancias parecidas a la mía, otro compañero de Torreón.

 

Estábamos esperando que terminara de hablar por teléfono mi jefe, cuando él se dirigió a nosotros dos y nos lanzó directamente: ”Acompáñenme a Puebla a una reunión y regresamos, al cabo que vamos en el avión” Por supuesto que en las circunstancias en las que nos encontrábamos, para nosotros daba igual estar en Puebla que en Querétaro.

 

Sin mayores preparativos, unos 20 minutos después llegamos al aeropuerto para ir a Puebla, donde ya nos estaban esperando para llevarnos a la oficina. Tuvimos nuestra reunión y siendo ya un poco tardecito, nos dirigimos al aeropuerto de Tulancingo, para regresar a Querétaro. En el aeropuerto nos dijo el piloto que ya no nos iban a autorizar aterrizar en Querétaro, ya que cuando llegáramos allá, seguramente ya no habría luz de día.

 

Así, pues, nuestro jefe tomó la decisión que nos iríamos por tierra, sin embargo al pasar la camioneta por México, le hablaron a mi jefe y le dijeron que tenía que estar en Guadalajara al día siguiente.

 

Para no hacer el relato más largo y aburrido, solo les diré que el viaje de “ida y vuelta” que comenzó el miércoles en Querétaro, terminó el viernes en Guadalajara, donde tuve que comprar ropa de repuesto para poderme cambiar.

 

Ese era nuestro ritmo de trabajo durante todo el tiempo que estuve en la dichosa Coordinación.

En una ocasión, sin embargo, tuve que asistir a una reunión en la ciudad de Colima, así que mi jefe me dio oportunidad de usar el avión de la Coordinación. Salimos por la mañana de la Ciudad de Querétaro, debido a que aún  no se construía el aeropuerto de la ciudad de Colima, aterrizamos en el de Manzanillo, de manera que a las 10 de la mañana estábamos en Colima para nuestra reunión y por la tarde, a la hora que fijó el capitán, regresábamos a Querétaro, con tiempo suficiente para poder aterrizar sin problemas.

Ese día, como cualquier día de trabajo, tuvimos nuestra reunión, dado que de cualquier manera deberíamos regresar al Puerto de Manzanillo para tomar el avión, decidimos comer mejor en ese lugar y ganar un poco de tiempo. Cuando llegamos al Aeropuerto, ya estaba el piloto y el avión listo, de manera que solo tuve que abordar el avión y despegamos, con la autorización de la Torre de Control.

Una costumbre que adquirí desde que viajaba en avión oficial, cuando el piloto estaba ocupado o en comunicación con la Torre de control, me entretenía observando las características del terreno y constantemente, tratando de definir algún lugar donde poder efectuar un aterrizaje de emergencia, en caso necesario. Esta costumbre se vuelve una obsesión, aunque inconsciente, cuando se vuela frecuentemente.

Habían transcurrido unos 15 ó 20 minutos desde que despegamos del aeropuerto de Manzanillo, cuando teníamos a la vista el Lago de Chapala, imponente en toda su magnitud, pues a la vez que alcanzábamos a ver todo el lago, alcanzábamos a distinguir detalles en sus alrededores.

Cuando nos encontrábamos volando exactamente encima del lago, es decir, teníamos por debajo del avión, solo agua, repentinamente sentimos una brusca pérdida de sustentación y el avión se inclinó hacia el lado izquierdo, signo inequívoco de que el motor del lado izquierdo había perdido potencia.

Yo no dije nada, pues pensé que el piloto necesitaba concentrarse en su trabajo, sin embargo, pensaba en qué pasaría si teníamos que aterrizar en esas condiciones.

Con la velocidad que dan los años de entrenamiento y la juventud, el piloto inmediatamente “perfiló” la hélice del lado izquierdo, es decir, la puso en una posición en la que oponía menos resistencia al aire y tomó el micrófono para comunicar a la Torre de Control de Guadalajara que uno de nuestros motores se había detenido.

Recuerdo perfectamente que la torre de control, con la mayor serenidad del mundo, pero con hablar rápido, claro y hasta autoritario, le indicó al piloto que le iba a despejar el “camino” al aeropuerto de Guadalajara, que por cierto se encontraba relativamente cerca,  para que nos dirigiéramos hacia allá, sin problemas.

El avión se inclinó aún más, para dirigirse al aeropuerto de Guadalajara y vi que el piloto no dejaba de buscar de qué manera recobrábamos el motor apagado, principalmente tratando de “bombear” el combustible. Habrían transcurrido unos 5 minutos desde que el motor se había detenido, cuando las maniobras del piloto dieron resultado y el motor funcionó nuevamente, sin embargo el piloto me informó que por protocolo, una vez que avisa una aeronave que tiene dificultades, debe aterrizar, aunque esté nuevamente en condiciones de volar.

Así que nos acercamos al aeropuerto de Guadalajara y en los pocos minutos que nos separaban de él, efectivamente no había ninguna aeronave además de nosotros. Sin embargo, observé que el avión llegó a la cabecera de la pista a unos 15 o 20 metros de altura, cuando normalmente en ese punto ya están tocando tierra, pero descendió rápidamente sin mayor problema, con la potencia de los motores en  niveles normales.

Debo decir que una de las cosas que más me impresionó es que una vez que ya habíamos aterrizado e íbamos carreteando rumbo a la zona de hangares, por alguna razón voltée hacia atrás del avión y me di cuenta que atrás de nosotros venían los cuerpos de emergencia por si aún se requirieran sus servicios. Debo reconocer que en ese momento caí en la cuenta de lo que podría haber pasado... No quiero ni pensarlo....

Ya en tierra, el piloto estaba por rendir su informe, cuando me comentó que había notado que yo no había hecho aspavientos ni había perdido el control, que me felicitaba, le contesté una cosa que en realidad no la había pensado, pero que en ese momento reflexioné, que ya tenía él (el piloto) suficientes problemas con la situación, como para preocuparse por un pasajero histérico, además de que todo el tiempo yo estaba atento a ver en dónde caíamos y la manera de salir mejor librado.

Entonces yo le pregunté al piloto que porqué había llegado tan alto a la pista, a lo que él contestó que el paro de motor que nos había pasado en el aire podría repetirse en el aterrizaje y si eso pasara y llegáramos a la altura de costumbre, significaría un accidente seguro, de manera que prefirió llegar más alto que lo normal.

Mientras presentaba el reporte, aproveché para pedir a la oficina local que me proporcionara un vehículo que me trasladara a la Ciudad De Querétaro, por tierra.

Cuando el piloto terminó de presentar su informe de lo acontecido, salió de la capitanía y me preguntó que si volábamos a Querétaro, al fin y al cabo aún llegaríamos a buena hora. Lo que le contesté no está permitido escribirlo en un relato como éste, así que mejor imagínenselo!!!.

sábado, 6 de julio de 2013

4 Uf ya mero nos pasamos


Nuevamente me remonto a la época en la que estuvimos en Torreón en lo que fue la Subdirección Regional Norte de Obras Hidráulicas e Ingeniería Agrícola para el Desarrollo Rural.

Mi jefe tenía fama de haber tentado a la muerte varias veces y haber sobrevivido para contarlo, no sin señales visibles de ello, pues cojeaba de la pierna derecha, los dedos de la mano derecha no los podía extender muy bien, así que cuando veía un plano de topografía, solo separaba más o menos la punta de los dedos de acuerdo con la escala y con eso medía las hectáreas de superficie; cuando pedíamos papelería y en especial unos ganchos de cartón usados para colgar planos, les llamábamos “orejas” por su forma, él bromeando nos decía que le pidiéramos una caja para su uso personal, pues a él le faltaba una oreja, además que usaba peluquín, pues no tenía pelo. O sea que era todo un figurín.

No obstante, tenía unas ganas de vivir y trabajaba como pocos.

Además tenía un carácter muy campechano y a todo el mundo le caía bien.

En una ocasión, en que nos encargaron que fuéramos a visitar el sitio para una presa, nos dio unas indicaciones muy complicadas para llegar al sitio, finalizando con la ubicación de un entronque en el que había que dar vuelta hacia el oriente (What???) después de haber pasado como unos 300 m delante de un puente que no tendría más de 2 y medio metros de largo.

Pues salimos para reconocer el sitio, tratando de seguir al pie de la letra las indicaciones que nos había dado, hasta el punto en el que llegamos a un lugar en el que nos habían dicho que si llegábamos a él, significaba que ya nos habíamos pasado, así que nos regresamos exactamente por donde habíamos llegado. Cuando pensábamos que nuevamente  nos habíamos pasado, decidimos preguntar como llegar al sitio que nos habían encomendado y nos dieron una explicación detallada de cómo llegar.

Cuando por fin encontramos el dichoso entronque con el camino principal, vimos unos caballos pastando tranquilamente a un costado del camino, por lo que el ingeniero que iba conmigo dijo en su tono más jocoso: “mejor nos hubiera dicho el jefe que diéramos vuelta donde estaban los caballos y hubiera sido más fácil ubicar este entronque”, señalando a, los mencionados caballos.

En otra ocasión, cuentan los viejos integrantes de la Subdirección Regional, que mi jefe, quien ya tenía fama de tener mala suerte, había sido citado por el Director General para ir a visitar unos proyectos en la zona desierta de Coahuila. En realidad, no era exactamente mala suerte la de mi jefe, sino que era una mezcla de pasión por la velocidad (siempre viajaba por lo menos a 100 km/h), entusiasmo por explicar las características de los proyectos, interés por dar a conocer que él conocía casi cada obra que se había hecho en la región, y pues sí, un poquito de salvajismo para manejar, pues prefería atravesar transversalmente un terreno sembrado con todos los brincos que eso implicaba y con el brutal desgaste del vehículo, que dar un rodeo de un kilómetro.

Sabiendo lo distraído que mi jefe era, el Director General trató por todos los medios de convencer a mi jefe de que llevaran un chofer, sin embargo y como era de esperarse, mi jefe explicó que lo que harían era llevar una segunda camioneta atrás de ellos para que les auxiliara en caso de algún percance y que el Director General y él podían ir platicando los pormenores de los proyectos que pensaban visitar.

Así fue que en el transcurso de la mañana visitaron dos proyectos sobre los cuales se tomaron importantes decisiones para su mejor desempeño sin que se presentara incidente alguno.

Sin embargo, el encaminarse a visitar el tercer sitio, la plática entre ellos se puso muy interesante, pues el proyecto tenía muchos puntos buenos, pero también muchos puntos en contra, así que mi jefe iba muy ensimismado en la plática.

En algún momento dado, llegaron a un entronque que estaba a 90° del camino principal y donde tenían que dar vuelta, ero mi jefe, como era su costumbre, iba señalando al Director General las obras que se habían construido en la región, cuando se da cuenta que tenían que dar vuelta.

Intempestivamente, tira del volante hacia la izquierda, hacia donde tenían que dar la vuelta, pero sin disminuir la velocidad, de manera que pasó lo más natural que tenía que pasar: la camioneta se volcó sobre su costado derecho, dio una vuelta completa y quedó nuevamente en posición normal, enfilada al camino que debían tomar.

Cuando la camioneta que iba detrás de ellos se paró para ver qué les había pasado, comentan que se acercaron a la camioneta del Director General y les preguntaron qué había pasado, a lo que mi jefe contestó: “Uf, ya mero nos pasamos”

miércoles, 3 de julio de 2013

3 Primer lugar de la fila de solicitud ingreso a la UNAM


Cuando terminamos la preparatoria, surgió la inevitable pregunta de qué iba a estudiar. De hecho esta pregunta nos la hicieron los “asesores” que teníamos en la escuela un medio año antes de salir y en mi caso, la respuesta fue que lo que más me atraía era la Ingeniería Civil. Y todavía más, pues me imaginaba que al terminar mi carrera estudiaría una maestría en estructuras y luego me regresaría a Torreón para continuar con mi vida normal.

Sin embargo, desde el principio las cosas no fueron exactamente como las planée, pues en la ciudad de Torreón no había la carrera que yo quería, así que mi papá me mandó llamar y me dijo: “La carrera que quieres no existe en Torreón, por lo que tendrás que salir fuera para estudiar. Las opciones que tenemos son solo dos: O te vas a Saltillo a estudiar en la Universidad Autónoma de Coahuila, o te vas a la ciudad de México donde podrías estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, recuerda que en la Ciudad de México tienes mucha familia, de manera que en cierto sentido no estarías solo.

Todas estas razones me estuvieron dando vuelta por la tan inquieta cabeza de un muchacho de 18 años que quiere comerse el mundo a mordidas. Para acabar de ambientar la situación, vale la pena recordar que en los últimos meses de la Preparatoria, tuve un serio accidente en la motocicleta, de manera que estuve varios meses en cama y ya estaba aburrido de estar en la casa acostado sin hacer nada.

Ante este panorama, decidimos (mis papás y yo) que me convendría más estar con la familia para acabar de aliviarme de mi pié, si es que algún día me iba a aliviar, tan difícil veía yo la situación de las lesiones en mi pierna izquierda.

De esta manera, investigamos requisitos, fechas, etc. de los requerimientos para entrar a la UNAM. En esas indagatorias descubrimos una situación que venía a complicar un poco más la ya de por sí incierta situación: Debido a los acontecimientos que ahora son historia acaecidos en el año 1971 y 1972 en varias universidades del país, la UNAM estaba en huelga y lo estaría por un tiempo indefinido hasta que se pudiera garantizar una paz duradera, de manera que teníamos un mundo incierto por delante y nos dedicamos a estudiar para el examen de admisión, para no batallar tanto en el momento que tuviéramos que presentarlo.

Ya nos habían advertido que entrar a la Universidad Nacional Autónoma de México no era cosa fácil, por dos razones principales: Primero porque para evitar la sobrepoblación de la Máxima Casa de Estudios, se estaba restringiendo la entrada a aquellos estudiantes que vivieran en la Ciudad de México o que por alguna razón se mudarían a ella. Segundo, porque dada la gran demanda por lugares para estudiar, cada año presentaban solicitudes y exámenes de admisión un número que fácilmente superaba la proporción de 7 a 1, es decir que por cada uno que era admitido en la Universidad, había 7 estudiantes que desgraciadamente quedaban fuera de esa posibilidad. Sin embargo, extraoficialmente también nos habíamos enterado de una estadística que estaba aparentemente a nuestro favor: Los estudiantes de provincia generalmente llegaban mejor preparados que los estudiantes de la propia capital, y más aún, los estudiantes de escuelas privadas tenían mejores posibilidades de quedarse en la Universidad que aquellos que provenían de escuelas públicas.

Así que ante este sombrío panorama y con la confianza que nosotros veníamos de una de las mejores escuelas privadas de Provincia (por lo menos de Torreón), nos dedicamos a repasar todos los conocimientos que habíamos recogido en los tres años de Preparatoria pasados en la Escuela Preparatoria “Carlos Pereyra”

Debo explicar la amplitud del término “nosotros” empleado en los últimos párrafos. Resulta que yo no era el único de la preparatoria que pretendía estudiar en la UNAM, sino que por razones muy similares, éramos un grupo de por lo menos 5 ó 6 compañeros que iríamos a probar suerte en la UNAM.

Pues así nos pasamos algunos meses, desde junio de 1972 hasta abril de 1973, casi un año, estudiando por la tarde y por la mañana paseando o haciendo cosas en nuestra casa, intentando distraer nuestras mentes de la presión que significaba estar de “flojos” sin hacer nada, como decían nuestros padres, hasta que un día de finales del mes de abril de 1973, nos enteramos que la huelga de la UNAM había acabado y para reponer parte del tiempo perdido durante la misma, citaban al examen de admisión para la semana siguiente o sea que si habías estudiado, pues era tu problema y no el de ellos.

Pues que nos pusimos de acuerdo y junto con otro compañero nos fuimos a México a esperar la fecha del examen de admisión. En el ínter nos enteramos que primero deberíamos pasar por la entrega de todos los documentos que pedían para poder entrar a la Universidad en caso de pasar el examen de admisión. El trámite había que hacerlo en determinado día dependiendo de la letra con la que iniciara el apellido de cada quien, de manera que me tocó en cierta fecha, junto con dos compañeros.

Indagando con algunas personas, nos enteramos que el lugar donde había que hacer la entrega de documentos estaba atrás del estadio Azteca, viejo conocido de nosotros (por lo menos por televisión) durante el mundial de Fútbol celebrado en México un par de años atrás, pero que usualmente se llenaba literalmente de aspirantes, de manera que era recomendable llegar “temprano” (cualquier cosa que eso quisiera decir). Para ese primer trámite, decidimos llegar al sitio alrededor de las cinco de la mañana (nos pareció lo suficientemente temprano como para alcanzar buen lugar. Ya que a esas horas era difícil y hasta peligroso encontrar un medio de transporte para llegar hasta allá a esa hora, y ya que para esas fechas ya había dejado la férula de yeso por un par de muletas que aunque igual de incómodas resultaban más prácticas y con mayor movilidad, un tío mío decidió prestarnos su automóvil, un hermoso automóvil marca Chevrolet del año 1954 (el año en que yo nací).

El día de la cita, llegamos al lugar poco después de las cinco y efectivamente no había mucha gente, pero estaban primero que nosotros varios aspirantes que se habían quedado a dormir desde el día anterior para ser los primeros, de manera que nos paramos en tercer o cuarto logar de las puertas de entrada al lugar.

Por supuesto que sabíamos que el llegar a esa hora implicaría estar esperando un tiempo largo, pues las ventanillas de atención las abrían hasta después de las ocho de la mañana, así que nos dedicamos a platicar de todo y nada, como hace uno para pasar el tiempo.

Conforme pasaba el tiempo, veíamos cómo se iba llenando de aspirantes a la Universidad y detrás de nosotros se iba amontonando la gente, de manera que empezamos a sentir cómo nos empujaban en algunos momentos y esa fuerza en ocasiones amenazaba con derribar la puerta. Pronto nos dimos cuenta que para mi que no podía caminar bien iba a resultar muy peligroso encontrarme en ese sitio al momento que abrieran las puertas para correr a los sitios de entrega de documentos, así que con los mismos compañeros acordamos que me saldría yo de aquel maremágnum de aspirantes antes de que abrieran las puertas, mis compañeros tratarían de ganar los mejores lugares y ya con calma, una vez que se tranquilizara la situación, iría yo a la velocidad que me sintiera seguro, a donde ellos estuvieran y me dejarían meterme en la fila, ganando un lugar no tan malo.

Efectivamente, cuando se acercaba la hora de apertura de las puertas, me salí como pude de aquel montón de personas y en buena hora, pues cuando las abrieron, varias personas resultaron lastimadas porque varios cayeron al piso empujados por los demás. Si yo hubiera estado ahí en esos momentos, ni duda cabe que habría quedado aplastado por más de uno.

Como lo planeamos, los compañeros corrieron a todo lo que pudieron para ganar el mejor lugar posible, no obstante, el que mejor le fue estaba a unos 15 o 20 lugares de la ventanilla, de manera que esa fue mi posición cuando me acerqué a ellos posteriormente.

En esos primeros lugares, para delimitar las filas había un par de hileras de tubos para encauzar a las personas y evitar que se perdiera el orden de las filas, así que aproveché para descansar, recargando las muletas sobre esos tubos y sentándome sobre los del centro, platicando de los pormenores de la situación con mis compañeros.

Debo reconocer que a pesar de la situación tan aparentemente caótica, la UNAM tenía todo bajo control, pues incluso varios trabajadores de la Universidad, fácilmente reconocibles por los uniformes de la Universidad y unos enormes brazaletes que decían “Vigilancia”, de manera que los muchachos estaban muy tranquilos, después del trance del acomodo interno.

Precisamente uno de esos “vigilantes”, pasó por el grupito donde estábamos todos y se sorprendió al ver las muletas recargadas en los tubos separadores, de manera que preguntó con voz fuerte que todos oímos:

-      De quién son las muletas?

-      Mías, le contesté

-      Qué le pasó - volvió a preguntar

-      Tengo lastimado mi pié.

-      Después de enseñarle superficialmente la herida en mi pié, me dijo venga y me llevó junto con las muletas hasta el primer lugar de la fila y únicamente comentó.

-      Usted será el primero una vez que abran las ventanillas y se podrá retirar en cuanto termine.

En ese momento me di cuenta que aún había personas con buenos sentimientos en este mundo.

De esta manera, fui el primero en hacer el trámite de entrega de documentos, después de lo cual me fui al coche para esperar a mis compañeros, con la ficha que me daba derecho a presentar el examen de admisión en la mano.

Cuando ya todos estuvimos reunidos nuevamente, platicamos los incidentes del día mientras manejábamos de regreso a la civilización, pues en aquel tiempo el IMAN que era donde estábamos, quedaba bastante lejos de ciudad Universitaria, o al menos a nosotros se nos hacía así de lejos.

El examen de admisión estaba programado para presentarse unos pocos días después en las instalaciones de la Magdalena Mixuca, más exactamente en el Palacio de los Deportes, nuevamente de acuerdo con la letra inicial del primer apellido de cada quien. El examen estaba programado para iniciar a las 10 de la mañana y duraba alrededor de 6 horas.

Cuando llegamos formamos varias filas enormes (yo calculo que éramos unos 1000 ó 1500 en cada fila) para entrar y sentarnos. Nos habían hecho la aclaración de que lo único que podíamos llevar era un lápiz, un borrador y una credencial de identificación, además de la ficha que nos habían dado al entregar los documentos.

Conforme fuimos pasando al interior del Palacio de los Deportes, nos fueron acomodando en los lugares donde deberíamos de contestar el examen, quedando entre cada lugar alrededor de tres metros en cualquier dirección, para evitar que alguien pudiera copiar. Como si en aquel ambiente y circunstancias se pudiera copiar.

A cada quien le entregaron un cuestionario con las preguntas del examen No recuerdo exactamente, pero debieron haber sido unas 25 hojas con una cantidad de preguntas tan grande, que daba flojera solo de imaginar en contestarlas todas.

Como en todas las situaciones de este tipo,  no había pasado ni media hora cuando se levantó el primero para entregar su examen. Yo recuerdo haber pensado que ese tipo o bien tenía asegurado su pase porque tenía palancas para entrar o era un zonzo y no tenía idea de cómo contestar el examen y prefería ir a perder el tiempo en otro lado. Debo confesar que lo que no quería pensar era que el examen estuviera tan fácil que efectivamente se podría haber contestado en ese tiempo y yo era el que no tenía la capacidad para hacerlo.

Así duramos hasta que como a las 2 de la tarde, muy cerca de las 4 horas de estar contestando preguntas de todo tipo y de todos los tópicos que se les hubieran ocurrido, consideré que ya había contestado todo lo que sabía, así que dejé de hacerme tonto y me levanté a entregar. Para entonces aproximadamente la tercera parte de los que presentamos ya habían terminado y a partir de ese momento cada vez fueron más los que entregaron sus exámenes y salieron del recinto.

Cuando preguntábamos sobre cómo habríamos de saber los resultados, la contestación típica era que el resultado llegaría en un sobre cerrado a la dirección que cada quien había registrado al momento de entregar los documentos.

Para entonces entre el tiempo que estuvimos en la Ciudad de México para entrega de documentos y esperando a presentar el examen de admisión, ya teníamos más de 15 días en la Ciudad, de manera que decidimos regresar a la ciudad de Torreón a esperar los resultados y preparar las maletas para regresar a estudiar en caso de ser favorecidos con un resultado positivo.

Cuando regresamos a nuestras casas, nuestros papás nos recibieron con gusto, pero con cierto recelo hasta saber si habíamos pasado el famoso examen.

Así pasaron los primeros dos o tres días en que disfrutamos de un merecido descanso después del estrés de todo lo que hicimos en la Capital, pero después de esos días, cada día que pasaba sin tener noticias del examen se convertía en un motivo más de incertidumbre para nuestras vidas. Por ahí del 25 de Mayo, recibimos todos con angustia la noticia de que ya habían empezado a llegar los resultados, aunque no se sabía que nadie del grupo hubiera recibido aún sus resultados. Al día siguiente, me habló mi abuelita de la Cd. de México, pues ahí era donde me quedaría a vivir una vez que me fuera a estudiar y me comentó que había llegado un sobre de la Universidad, pero que venía cerrado y que quería saber si lo podía abrir.

Le contesté que lo abriera por favor y me dio la noticia de que ¡¡¡Había resultado aprobado en el examen y por lo tanto estaba dentro de la Universidad!!!

La mala noticia era que debería estar en la Universidad a más tardar el día 31 de ese mismo mes de mayo para inicio de clases, es decir, me quedaban menos de 5 días para ser alumno de la UNAM, así que después de avisar a mis  papás y comprobar que a mis compañeros también les habían avisado lo mismo (milagrosamente todos logramos pasar el examen), hicimos lo arreglos para salir a la Cd. de México para iniciar nuestra aventura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Por cierto que en esa ocasión yo me fui pensando que regresaría a Torreón en un mes aproximadamente, pero cuál sería mi sorpresa que por el trabajo que había que hacer, tuve oportunidad de regresar a Torreón hasta las vacaciones que fueron seis meses después.

domingo, 30 de junio de 2013

Tronada de la Presa “El Batán”, Qro.

Primera parte: ¡Ya tronaron!
En ese tiempo laboraba yo, como lo he comentado en otras ocasiones en la Oficina Regional de Querétaro (le llamo así porque en 6 años tuvo muy diversas denominaciones, desde Subdirección Regional, hasta Coordinación Regional con rango de Dirección Regional) En ese tiempo mi trabajo consistía en elaborar toda clase de estudios para la construcción de obras hidráulicas, principalmente presas.
La Oficina Regional de la entonces Subsecretaría de Infraestructura Hidráulica (a la postre Comisión Nacional del Agua) tenía un área que se encargaba de llevar a cabo los proyectos de las presas que nosotros habíamos estudiado.
Uno de esos proyectos fue la presa llamada “El Batán”, llamada así porque su cortina se encontraba situada muy cerca de lo que otrora fuera la Hacienda de “El Batán”, en el municipio de “El Marqués”, del Estado de Querétaro.
La mencionada obra se conformaba por una cortina de materiales graduados de unos 50 m de altura, unos 300 m de longitud y un vertedor de canal lateral, muy utilizado en esos tiempos. La obra de toma, es decir, la tubería por donde salía el agua para el riego, atravesaba la cortina cerca del nivel de desplante. O sea que esta presa, era “una más”, es decir, no era una cosa extraordinaria, sino más bien caía en ser “una presa común”
La construcción de esa presa la realizó una compañía del estado de Jalisco muy buena, por cierto, que no tuvo mayor problema para construir esta “presita” como cariñosa o despectivamente le llamaban.
Durante los estudios, se había detectado que en lo que sería el vaso existía un manantial que alimentaba las escasas tierras de cultivo en la zona, por lo que los geólogos recomendaron que no se construyera la presa, ya que el comportamiento del manantial era incierto y según ellos podía poner en peligro a la estructura. Afortunadamente las personas que debían tomar la decisión, llegaron a la conclusión que no existían inconvenientes para la construcción de la presa, así que la presa se construyó y en cosa de un año y medio, tal vez dos, la presa estuvo concluida.
En este tipo de obras, era costumbre colocar una persona que estuviera siempre atenta para que hiciera las lecturas de instrumentos de meteorología, vigilara si había encharcamientos que denotaran la presencia de fugas a través de la cortina, en fin, que la presa se comportara de manera adecuada, sobre todo en la etapa de funcionamiento inicial, cuando se presenta lo que se llama “el primer llenado”, es decir la etapa durante la cual la presa va teniendo agua y la cortina experimenta “acomodos” debido a la presencia del agua.
Las lluvias se presentaron de buena forma en esa temporada de lluvias, por lo que la presa rápidamente alcanzó un nivel de almacenamiento muy bueno, cerca ya del Nivel de Aguas Máximo Ordinario (NAMO), que representa el volumen óptimo para el aprovechamiento.
Una noche, mientras estábamos en la oficina, como de costumbre, me encontré con la noticia de que el guardia de la presa había reportado que se había oído un “estruendo” impresionante. El personal del área de construcción y el de Seguridad Hidráulica fueron a revisar la presa, pues ésta se encontraba a escasos 30 ó 40 minutos de la oficina. Después de hacer un recorrido por la cortina con lámparas de mano, encontraron que la presa había sufrido un asentamiento en la corona, sobre el paramento aguas abajo.
De inmediato nuestro jefe dio la señal de alerta al Subsecretario y el personal de Oficinas Centrales, así como de la compañía constructora, los cuales al día siguiente muy temprano se presentaron en la obra.
Se realizó una cuidadosa revisión de la obra, con dos propósitos principales: Descubrir si se había presentado algún problema adicional en otro lugar de la presa y segundo, tratar de establecer una hipótesis de las causas que originaron la “falla”.
De manera preliminar se estableció la hipótesis que el material que quedó entre la tubería de la obra de toma y la pared de la boquilla, cerca de la cimentación, por lo difícil del espacio, no había sido compactada como se especificaba en las normas, lo que motivó que hubiera un flujo de agua que arrastró el material fuera del cuerpo de la cortina y que eso provocó que quedara un “hueco” dentro de la cortina, que provocó que el material de la corona se “acomodara” y se presentara el asentamiento, Hipótesis que nunca se probó.
Sin embargo, las autoridades de la Subsecretaría, temerosos que la presa siguiera presentando asentamientos no deseados por la presencia del agua, dieron la instrucción de disminuir el nivel del agua en la presa lo más rápido posible. Rápidamente, aprovechando las bombas que teníamos disponibles en todos los departamentos de la regional, extrajimos el agua de la presa al mayor ritmo posible, sin embargo éste no era el deseado, pues se avanzaba muy despacio, de manera que la presa se vaciaría en más de un mes, de seguir las cosas igual.
Por esta razón se dio la orden de colocar dinamita en la cresta del vertedor, para que por la escotadura que se generara, pudiera el agua salir a una velocidad mayor y la presa se “vaciara” lo más rápidamente posible.
De inmediato la compañía constructora, muy a su pesar, trasladó al sitio de la obra a su experto en voladuras, quien rápidamente diseñó el método y el número de barrenos que había que colocar para alcanzar el objetivo.
La perforación de los barrenos para colocar las cargas de explosivos, tardaron casi una semana en realizarse, de manera que el fin de semana siguiente, se inició la carga de los barrenos para efectuar la voladura al día siguiente.
Al otro día por la mañana, se concluyó con la carga de barrenos y empezaron a armar las líneas y colocar los retardadores, estopines y todos esos artilugios que suelen usar los expertos en explosiones.
El subsecretario avisó que llegaría en helicóptero para estar presente durante la voladura, de manera que efectivamente a media mañana se oyó el helicóptero que se acercaba. Llegó al sitio de la presa, hicieron un pequeño círculo y se alejaron, al notar que aún no se efectuaba la “voladura”.
Cuenta la gente que durante el sobrevuelo que realizó el subsecretario a bordo del helicóptero, sacó la cabeza y a grito abierto para que su voz se oyera por sobre el ruido del motor, se oyera: ¡Ya tronaron! En respuesta a lo cual, mi jefe que rápidamente le gustaba salir al paso de cualquier comentario, para quedar bien, contestó en un grito aún más fuerte que el anterior: ¡Aún no, Fernando!, a lo que a su vez, el subsecretario agregó: ¡No, no es pregunta, es afirmación!, dirigiéndose a mi jefe y al resto de ingenieros encargados de la obra.
Segunda parte: Público Selecto
Los trabajos de “poblado” (así denominan los conocedores a la acción de colocar los explosivos en los barrenos previamente perforados) continuaron durante el día, de manera que por la tarde se colocaron los “estopines” y los retardadores, pues el experto en detonaciones explicó que iba a utilizar una explosión “progresiva”, es decir, en varias etapas entre las cuales había un tiempo de retraso de varios “milisegundos”, para que el material de una línea de explosivos no interfiriera con la siguiente, etc.
Sin embargo, al llegar a la conclusión del armado de todo el sistema de explosivos, ya era muy tarde y prácticamente ya no había luz, por lo que se decidió entre los “big shots” que la voladura se realizara hasta el día siguiente por la mañana.
No nos habíamos percatado de un detalle muy poco usual: las dos laderas de los cerros que quedan a a los lados de la cortina, estaba llena de personas de las localidades vecinas, que se acomodaron en un muy buen lugar, visualmente hablando, para ser testigos de “primera fila” en la voladura de la presa. Al enterarse de que no se iba a llevar a cabo la voladura, lanzaron una rechifla, que pudiera ser la envidia del peor artista de carpa o burlesque cuya actuación no fuera del agrado del público.
Al día siguiente por la mañana, muy temprano, el experto en explosivos llegó a revisar el trabajo del día anterior y a hacer algunos ajustes de última hora para que a las 10 de la mañana, como se había comprometido, se hiciera la voladura.
Fue precisamente alrededor de las 7 de la mañana, que empezaron a llegar los primeros espectadores, sobre las laderas, para no perderse el espectáculo de la “voladura”.
A las nueve de la mañana, ya estaban en el sitio todos los jefes y los demás curiosos que nos “colamos” para presenciar el acontecimiento. El experto en explosivos dio el aviso de que a las 10 en punto se haría la voladura. Para esta hora, nuestros espectadores ya habían preparado fogatas para tomar el desayuno en espera del “gran acontecimiento”
Unos minutos antes de las 10, el experto en explosivos giró instrucciones de seguridad a todos los que nos encontrábamos dentro del “perímetro de influencia” de la futura explosión. Se nos instruyó brevemente acerca de la distancia hasta donde podían volar piezas del material de la presa, los lugares seguros para resguardarse y qué hacer después de la explosión. Cinco minutos antes se nos giraron instrucciones de retirarnos hacia los lugares de resguardo.
Un minuto antes de las diez de la mañana, hora de la voladura, todo estaba despejado y listo para la famosa explosión. Hay que hacer notar que el “público” de las montañas, también había buscado refugio para que no les “tocara” alguna piedra producto de la voladura (después de recorrer los 500 m desde el sitio de la misma.
Faltando diez segundos, se inició la cuenta regresiva del número 10 al 1. En el momento que se gritó el número 1, el experto en explosivos accionó el botón del detonador y… Lo que siguió fue una mezcla de furor, desilusión, frustración, alegría, tristeza y un abucheo de nuestro público que no se lo deseo ni al peor artista, como ya lo comenté anteriormente… Nunca supimos realmente lo que pasó, pero de los explosivos colocados con tanto cuidado, solamente explotaron un 10 ó 15 % como máximo.
Se había pronosticado una explosión enorme, ruidosa, incluso se nos había recomendado que nos cubriéramos los oídos con las manos para amortiguar el gran estruendo esperado, sin embargo, lo que oímos fue una explosión que si se hubiera realizado en un día como el de San Juan en que se prenden fuegos pirotécnicos al por mayor, hubiera pasado desapercibida. Así de débil fue, en contraste, nuestro público lanzó una rechifla que aún bajo la circunstancia en la que nos encontrábamos, nos dio pena en haberlos “defraudado” con el esperado espectáculo. Sólo les faltó haber exigido la devolución de las “entradas” (aunque no se hubiera pagado un solo centavo)
Después de superada la primera reacción de estupor, por el fracaso de la explosión, el experto nos dio indicaciones que no nos acercáramos mientras él determinaba que ya no hubiera peligro de que el resto del explosivo pudiera detonar, así que la siguiente hora fue de analizar barreno por barreno.
Alrededor del mediodía, ya se había concluido la revisión obligada e informado a los “altos mandos” de la subsecretaría del “fracaso” de la voladura. La instrucción resultante fue que se preparara el resto de los explosivos para hacer un segundo intento ese mismo día.
El experto en explosivos tomó la decisión de eliminar los retardadores de los explosivos que lo tenían, para evitar que hubiera interferencia en los circuitos y que todas las cargas explotaran al mismo tiempo. Debido al número de cargas preparadas, la eliminación de los retardadores representaba un tiempo considerable estimado en algunas horas, de manera que se anunció que en el mejor de los casos, al caer la tarde se podría hacer un nuevo intento de explosión.
El “público” que siempre había estado atento a todo lo que se comentaba, decidió tomar un “intermedio” e ir a hacer sus quehaceres del día y regresar por la tarde.
Efectivamente, alrededor de las 5 de la tarde se anunció que todo se encontraba aparentemente listo para el nuevo intento (el público por supuesto ya estaba listo en sus lugares de resguardo), por lo que se dio la instrucción de tomar los lugares seguros porque en 10 minutos se haría la detonación.
Como en la ocasión anterior, faltando un minuto se inició la cuenta regresiva, tiempo en el que se verificó principalmente que todo estuviera a buen resguardo. A la cuenta de 10, la tensión fue aumentando, pues en realidad no se sabía qué esperar dado el fracaso de la detonación primera.
Al momento de concluir la cuenta regresiva, el experto en explosivos accionó el detonador y entonces se oyó un gran estruendo, al tiempo que se sintió una gran vibración del cuerpo de la cortina y se vio una gran cantidad de concreto del vertedor que salió arrojada de su sitio y lanzada a gran altura. El espectáculo fue fascinante, de manera que todos permanecimos en los lugares de resguardo embelesados y aguardando que los residuos de la explosión ya no representaran peligro alguno. Sin embargo nos sacó del embeleso una gran ovación que venía de las laderas de los cerros en que los “espectadores” voluntarios se levantaron aplaudiendo y vitoreando el éxito de la mencionada explosión.
Tercera Parte: ¡Habla el del Fax!
Durante todo el tiempo que duró la emergencia, recibimos la instrucción de que todo el tiempo hubiera en la oficina regional personal de guardia de primer nivel que recibiera información del sitio de la presa y la retransmitiera vía fax a las oficinas centrales y principalmente a la oficina del Subsecretario.
De esta manera, los mandos de segundo nivel de la regional recibimos la orden de turnarnos de día y de noche para que por lo menos cada tres horas se pasara el reporte escrito y que en caso de alguna duda o instrucción adicional, poder contestar llamadas de dichas oficinas.
En alguna ocasión, por alguna razón, la noche de un sábado coincidimos dos personas en la guardia, pues se nos informó que el subsecretario llamaría toda la noche para enterarse del estado de la presa.
Nos turnamos en atender las llamadas pactadas y alrededor de las seis de la mañana, minutos después de hacer la última llamada y mandar el reporte escrito de la situación prevaleciente, que no representaba ningún peligro, decidimos ir a nuestras respectivas casas a tomar un baño y un desayuno caliente, para volver tres horas más tarde. Como siempre, se quedó de guardia el vigilante de turno que era la persona que sabía manejar el aparato de fax.
Desgraciadamente, como siempre pasa, en cuanto nos salimos de la oficina, pasados unos pocos minutos, sonó el teléfono de la oficina desarrollándose una llamada que palabras más, palabras menos, reproduzco a continuación:
Llamada: Buenos días!
Vigilante: Buenos días!
Llamada: Comuníqueme con el Ing. Flores.
Vigilante: No se encuentra
Llamada: Bueno, con el Ing. Magallanes.
Vigilante: No se encuentra.
Llamada: (Algo desesperada) Pero si acabo de hablar con ellos hace unos minutos.
Vigilante: Sí, efectivamente aquí estaban, pero se fueron a almorzar y a bañar.
Llamada: (Un poco enojado) Bueno, comuníqueme con el Coordinador Regional.
Vigilante: No ha venido el día de Hoy.
Llamada: (Muy enojado) ¿Qué no hay alguna persona con la que pueda hablar?
Vigilante: (Un poco nervioso) Sí, conmigo, pero quién es Usted?
Llamada: (Extremadamente enojado) Habla el Subsecretario, quién habla allá?
Vigilante: (Muy nervioso) Habla el del Fax! (cuelga)
Después de esta llamada, de la cual me enteré posteriormente, recibí una llamada de mi jefe, el Coordinador Regional, dándome instrucciones de regresar inmediatamente a la oficina para reportar la llamada del Subsecretario, ya que le había llamado a su casa sumamente enojado porque no había “ninguna persona” responsable de proporcionar información.

Reconocimiento presa Santiago, Zacatecas

Estimada familia y amigos: Todos ustedes conocen nuestra vida, la de mi Mamacita, Paulita y mía. En todos estos años, hemos vivido muchas experiencias, aventuras les llamamos nosotros, en las cuales en ocasiones ha estado de por medio nuestra vida, pero en la mayoría todo ha pasado a ser una cómica historia.
Últimamente me ha dado por recordar muchos de esos episodios y me gustaría que ustedes las conocieran, pues tal vez ustedes sean parte de esas anécdotas y se diviertan tanto como nosotros recordándolas.
Para no cansarlos, iré presentándolas poco a poco. Espero que las disfruten tanto como yo y que si ustedes se acuerdan de alguna, me lo recuerden para escribirlas y presentarlas a todos.
Esta será la primera de las historias de mi vida. 
 

Corría el año de 1985, en ese tiempo laboraba en la llamada Subdirección Regional Norte de la Dirección General de Obras Hidráulicas e Ingeniería Agrícola para el Desarrollo Rural, nombre más largo que efectivo y que en palabras llanas era lo que antes se conocía como Pequeña Irrigación, es decir un área dentro de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos que hacía aquellas obras que por “chiquitas” no tenían el honor que las hicieran los Ingenieros de Verdad (los de Grande Irrigación), pero que en conjunto resultaban tan grandes como todas las obras de aquellos.


Pues bien, la Subdirección Regional Norte tenía como circunscripción territorial los estados de Coahuila, Durango y Chihuahua, para “atender” proyectos de riego, bien fuera de reconocimiento de posibles lugares para construir una presa, una zona de riego o para perforar algún pozo con fines de riego, aunque de vez en cuando, cualquiera de los “jefes” pudiera darnos alguna encomienda que rebasara nuestras obligaciones originales.

Este fue el caso que nos ocupa. Pues aunque no era nuestra circunscripción, se nos encomendó realizar una visita de inspección a una presa vieja denominada Santiago, que se encontraba en el estado de Zacatecas, lugar un poco fuera de nuestra zona de trabajo habitual.

El Subdirector Regional, citó al Residente General de Estudios y Proyectos (mi jefe) y a mí, por aquel entonces Gerente de Estudios, a que lo acompañáramos a esta visita, con el fin de tener una opinión más amplia sobre el citado proyecto, para lo cual solicitó el apoyo de la Representación de la SARH en La Laguna para que nos facilitaran una avioneta para trasladarnos por aire más fácilmente al sitio. También habló con el Presidente Municipal de Miguel Auza, Zacatecas, para definir el día y lugar de la cita, quedando éste al día siguiente en el “aeropuerto” de Miguel Auza. Miguel Auza se encuentra en la ruta Torreón-Zacatecas, que ya había recorrido una infinidad de veces en mis continuos viajes a la ciudad de México, razón por la cual mi perplejidad fue mayúscula, pues en realidad yo no recordaba ningún aeropuerto o nada por el estilo en la zona de Miguel Auza, sin embargo, al comentar con mi jefe, me comentó que si el Presidente Municipal lo había dicho, quería decir que existía algo similar.

Al siguiente día, muy temprano despegamos del aeropuerto de Torreón, con rumbo al de Miguel Auza, aunque el Piloto también comentó que él personalmente nunca había bajado en dicho aeropuerto, pero que lo había oído nombrar.



Tras aproximadamente una hora y cuarto, llegamos a la zona y el piloto solicitó nuestra colaboración para identificar el sitio donde se encontraba “el aeropuerto” de la zona. Dimos vueltas en círculos cada vez más grandes por aproximadamente 15 minutos sin encontrar el famoso “aeropuerto” y ya estábamos a punto de darnos por vencidos y regresar a Torreón, cuando el piloto vio a una persona haciendo señas en la cabecera de lo que parecía una pista de carreras parejeras y allá se dirigió.

Cuando nos acercamos, se veía una brecha muy corta y en no muy buen estado, donde la persona continuaba haciendo señas. Supusimos que era personal de la presidencia municipal que venía a esperarnos. Después de un rápido reconocimiento, el piloto avisó que intentaríamos aterrizar, pero que iba a ser un aterrizaje muy forzado, pues la pista era muy corta y no sabía qué tan firme.

Se enfiló para el aterrizaje y cuando estábamos por llegar a la cabecera de la “pista”, tuvimos que levantarnos ligeramente ya que había una cerca de alambre de púas que a esta distancia se veía enorme, después de lo cual el piloto prácticamente desplomó el avión, para aplicar los frenos a todo lo que daban y detenernos a solo unos metros del final de la pista.
Mientras dábamos la vuelta para encontrarnos con la persona de las señas, el piloto le comentó a nuestro jefe que era prácticamente imposible despegar de esa misma pista, por lo corto de la misma, pero que ya había visto desde el aire que la carretera federal pasaba a unos 50 metros de la pista y que mientras que nosotros hacíamos nuestra tarea, él acercaría el avión a ella para despegar desde ésta con “más seguridad”.

Efectivamente, la persona que nos esperaba era precisamente el Presidente Municipal de Miguel Auza, solo, sin mayor compañía que una camioneta Pick Up no precisamente del año (qué tiempos aquellos), donde nos tuvimos que apretar un poco para caber tres en la cabina y por supuesto yo (el de menor jerarquía) en la caja. Fuimos a la presa donde se hizo el reconocimiento y tener una opinión sobre el estado de la misma y sus posibilidades de rehabilitación, que por cierto estaba en tan mal estado que la recomendación fue construir otra presa y no tratar de rehabilitar la existente.

Después de la visita que duró un par de horas, el Presidente Municipal nos invitó a comer en una fonda del pueblo y regresamos al sitio donde nos esperaba el avión, ya en un costado de la carretera.

El piloto explicó al Presidente Municipal la manera como despegaríamos y le solicitó que se adelantara después de una pequeña loma que impedía que viéramos más allá de unos 50 m, para que colocando la camioneta transversal al tráfico, impidiera que algún vehículo transitara por la carretera mientras realizábamos nuestra maniobra de despegue.

Después de unos momentos en los que supusimos que ya no vendría ningún vehículo, el piloto se encaminó al lado contrario, por otros 50 m, hasta donde un señalamiento de no rebasar impidió que camináramos más. En ese punto giró 180° el avión y aceleró para el despegue.

Habíamos caminado unos 100 m cuando mucho cuando llegamos a lo alto de la “lomita”, cuando vemos no más allá de unos 50 ó 70 m más adelante, la camioneta del Presidente Municipal y una cola de unos 5 vehículos encabezada por el autobús de pasajeros más grande que yo había visto en mi vida. Todos sabíamos que no había espacio suficiente para realizar un despegue normal y mucho menos para detenernos, así es que rápido de reflejos, el piloto levantó el aparato del suelo apenas lo suficiente para salir de la carretera hacia un lado para “librar” la altura del camión de pasajeros, pero una vez librado éste, enfrente de nosotros vimos unos cables de alta tensión que atravesaban transversalmente la carretera, por lo que el piloto regresó nuevamente a la carretera, se volvió a posar sobre ella exactamente bajo los cables eléctricos, después de lo cual, volvió a levantarse y entonces suavemente, ir ganando altura como si nada hubiera pasado. No quiero ni acordarme que para entonces los tres pasajeros estábamos lívidos.

Ya de camino de regreso, yo que iba en el asiento del copiloto le pregunté al piloto si todo eso estaba planeado. Su respuesta no fue todo lo tranquilizante que yo hubiera querido, pues comentó que si no fuera por lo cerca que se colocó el Presidente Municipal y lo alto del camión de pasajeros, habría sido un despegue “normal”.

Comparado con esto, el vuelo de regreso al aeropuerto de Torreón fue un viaje de placer.


 Su amigo: Jesús Magallanes Patiño.