Cuando
terminamos la preparatoria, surgió la inevitable pregunta de qué iba a
estudiar. De hecho esta pregunta nos la hicieron los “asesores” que teníamos en
la escuela un medio año antes de salir y en mi caso, la respuesta fue que lo
que más me atraía era la Ingeniería Civil. Y todavía más, pues me imaginaba que
al terminar mi carrera estudiaría una maestría en estructuras y luego me
regresaría a Torreón para continuar con mi vida normal.
Sin embargo,
desde el principio las cosas no fueron exactamente como las planée, pues en la
ciudad de Torreón no había la carrera que yo quería, así que mi papá me mandó
llamar y me dijo: “La carrera que quieres no existe en Torreón, por lo que
tendrás que salir fuera para estudiar. Las opciones que tenemos son solo dos: O
te vas a Saltillo a estudiar en la Universidad Autónoma de Coahuila, o te vas a
la ciudad de México donde podrías estudiar en la Universidad Nacional Autónoma
de México. Además, recuerda que en la Ciudad de México tienes mucha familia, de
manera que en cierto sentido no estarías solo.
Todas
estas razones me estuvieron dando vuelta por la tan inquieta cabeza de un
muchacho de 18 años que quiere comerse el mundo a mordidas. Para acabar de
ambientar la situación, vale la pena recordar que en los últimos meses de la
Preparatoria, tuve un serio accidente en la motocicleta, de manera que estuve
varios meses en cama y ya estaba aburrido de estar en la casa acostado sin
hacer nada.
Ante este
panorama, decidimos (mis papás y yo) que me convendría más estar con la familia
para acabar de aliviarme de mi pié, si es que algún día me iba a aliviar, tan
difícil veía yo la situación de las lesiones en mi pierna izquierda.
De esta
manera, investigamos requisitos, fechas, etc. de los requerimientos para entrar
a la UNAM. En esas indagatorias descubrimos una situación que venía a complicar
un poco más la ya de por sí incierta situación: Debido a los acontecimientos
que ahora son historia acaecidos en el año 1971 y 1972 en varias universidades
del país, la UNAM estaba en huelga y lo estaría por un tiempo indefinido hasta
que se pudiera garantizar una paz duradera, de manera que teníamos un mundo
incierto por delante y nos dedicamos a estudiar para el examen de admisión, para
no batallar tanto en el momento que tuviéramos que presentarlo.
Ya nos
habían advertido que entrar a la Universidad Nacional Autónoma de México no era
cosa fácil, por dos razones principales: Primero porque para evitar la
sobrepoblación de la Máxima Casa de Estudios, se estaba restringiendo la
entrada a aquellos estudiantes que vivieran en la Ciudad de México o que por
alguna razón se mudarían a ella. Segundo, porque dada la gran demanda por
lugares para estudiar, cada año presentaban solicitudes y exámenes de admisión
un número que fácilmente superaba la proporción de 7 a 1, es decir que por cada
uno que era admitido en la Universidad, había 7 estudiantes que
desgraciadamente quedaban fuera de esa posibilidad. Sin embargo,
extraoficialmente también nos habíamos enterado de una estadística que estaba
aparentemente a nuestro favor: Los estudiantes de provincia generalmente
llegaban mejor preparados que los estudiantes de la propia capital, y más aún,
los estudiantes de escuelas privadas tenían mejores posibilidades de quedarse
en la Universidad que aquellos que provenían de escuelas públicas.
Así que
ante este sombrío panorama y con la confianza que nosotros veníamos de una de
las mejores escuelas privadas de Provincia (por lo menos de Torreón), nos
dedicamos a repasar todos los conocimientos que habíamos recogido en los tres
años de Preparatoria pasados en la Escuela Preparatoria “Carlos Pereyra”
Debo
explicar la amplitud del término “nosotros” empleado en los últimos párrafos.
Resulta que yo no era el único de la preparatoria que pretendía estudiar en la
UNAM, sino que por razones muy similares, éramos un grupo de por lo menos 5 ó 6
compañeros que iríamos a probar suerte en la UNAM.
Pues así
nos pasamos algunos meses, desde junio de 1972 hasta abril de 1973, casi un
año, estudiando por la tarde y por la mañana paseando o haciendo cosas en
nuestra casa, intentando distraer nuestras mentes de la presión que significaba
estar de “flojos” sin hacer nada, como decían nuestros padres, hasta que un día
de finales del mes de abril de 1973, nos enteramos que la huelga de la UNAM
había acabado y para reponer parte del tiempo perdido durante la misma, citaban
al examen de admisión para la semana siguiente o sea que si habías estudiado,
pues era tu problema y no el de ellos.
Pues que
nos pusimos de acuerdo y junto con otro compañero nos fuimos a México a esperar
la fecha del examen de admisión. En el ínter nos enteramos que primero
deberíamos pasar por la entrega de todos los documentos que pedían para poder
entrar a la Universidad en caso de pasar el examen de admisión. El trámite
había que hacerlo en determinado día dependiendo de la letra con la que
iniciara el apellido de cada quien, de manera que me tocó en cierta fecha,
junto con dos compañeros.
Indagando
con algunas personas, nos enteramos que el lugar donde había que hacer la
entrega de documentos estaba atrás del estadio Azteca, viejo conocido de
nosotros (por lo menos por televisión) durante el mundial de Fútbol celebrado
en México un par de años atrás, pero que usualmente se llenaba literalmente de
aspirantes, de manera que era recomendable llegar “temprano” (cualquier cosa
que eso quisiera decir). Para ese primer trámite, decidimos llegar al sitio
alrededor de las cinco de la mañana (nos pareció lo suficientemente temprano
como para alcanzar buen lugar. Ya que a esas horas era difícil y hasta
peligroso encontrar un medio de transporte para llegar hasta allá a esa hora, y
ya que para esas fechas ya había dejado la férula de yeso por un par de muletas
que aunque igual de incómodas resultaban más prácticas y con mayor movilidad,
un tío mío decidió prestarnos su automóvil, un hermoso automóvil marca
Chevrolet del año 1954 (el año en que yo nací).
El día de
la cita, llegamos al lugar poco después de las cinco y efectivamente no había
mucha gente, pero estaban primero que nosotros varios aspirantes que se habían
quedado a dormir desde el día anterior para ser los primeros, de manera que nos
paramos en tercer o cuarto logar de las puertas de entrada al lugar.
Por
supuesto que sabíamos que el llegar a esa hora implicaría estar esperando un
tiempo largo, pues las ventanillas de atención las abrían hasta después de las
ocho de la mañana, así que nos dedicamos a platicar de todo y nada, como hace
uno para pasar el tiempo.
Conforme
pasaba el tiempo, veíamos cómo se iba llenando de aspirantes a la Universidad y
detrás de nosotros se iba amontonando la gente, de manera que empezamos a
sentir cómo nos empujaban en algunos momentos y esa fuerza en ocasiones
amenazaba con derribar la puerta. Pronto nos dimos cuenta que para mi que no
podía caminar bien iba a resultar muy peligroso encontrarme en ese sitio al
momento que abrieran las puertas para correr a los sitios de entrega de
documentos, así que con los mismos compañeros acordamos que me saldría yo de
aquel maremágnum de aspirantes antes de que abrieran las puertas, mis
compañeros tratarían de ganar los mejores lugares y ya con calma, una vez que
se tranquilizara la situación, iría yo a la velocidad que me sintiera seguro, a
donde ellos estuvieran y me dejarían meterme en la fila, ganando un lugar no
tan malo.
Efectivamente,
cuando se acercaba la hora de apertura de las puertas, me salí como pude de
aquel montón de personas y en buena hora, pues cuando las abrieron, varias
personas resultaron lastimadas porque varios cayeron al piso empujados por los
demás. Si yo hubiera estado ahí en esos momentos, ni duda cabe que habría
quedado aplastado por más de uno.
Como lo
planeamos, los compañeros corrieron a todo lo que pudieron para ganar el mejor
lugar posible, no obstante, el que mejor le fue estaba a unos 15 o 20 lugares
de la ventanilla, de manera que esa fue mi posición cuando me acerqué a ellos
posteriormente.
En esos
primeros lugares, para delimitar las filas había un par de hileras de tubos
para encauzar a las personas y evitar que se perdiera el orden de las filas,
así que aproveché para descansar, recargando las muletas sobre esos tubos y
sentándome sobre los del centro, platicando de los pormenores de la situación
con mis compañeros.
Debo
reconocer que a pesar de la situación tan aparentemente caótica, la UNAM tenía
todo bajo control, pues incluso varios trabajadores de la Universidad,
fácilmente reconocibles por los uniformes de la Universidad y unos enormes
brazaletes que decían “Vigilancia”, de manera que los muchachos estaban muy
tranquilos, después del trance del acomodo interno.
Precisamente
uno de esos “vigilantes”, pasó por el grupito donde estábamos todos y se
sorprendió al ver las muletas recargadas en los tubos separadores, de manera
que preguntó con voz fuerte que todos oímos:
-
De quién son las muletas?
-
Mías, le contesté
-
Qué le pasó - volvió a preguntar
-
Tengo lastimado mi pié.
-
Después de enseñarle superficialmente la
herida en mi pié, me dijo venga y me llevó junto con las muletas hasta el
primer lugar de la fila y únicamente comentó.
-
Usted será el primero una vez que abran las
ventanillas y se podrá retirar en cuanto termine.
En ese
momento me di cuenta que aún había personas con buenos sentimientos en este
mundo.
De esta manera,
fui el primero en hacer el trámite de entrega de documentos, después de lo cual
me fui al coche para esperar a mis compañeros, con la ficha que me daba derecho
a presentar el examen de admisión en la mano.
Cuando ya
todos estuvimos reunidos nuevamente, platicamos los incidentes del día mientras
manejábamos de regreso a la civilización, pues en aquel tiempo el IMAN que era
donde estábamos, quedaba bastante lejos de ciudad Universitaria, o al menos a
nosotros se nos hacía así de lejos.
El examen
de admisión estaba programado para presentarse unos pocos días después en las
instalaciones de la Magdalena Mixuca, más exactamente en el Palacio de los
Deportes, nuevamente de acuerdo con la letra inicial del primer apellido de
cada quien. El examen estaba programado para iniciar a las 10 de la mañana y
duraba alrededor de 6 horas.
Cuando
llegamos formamos varias filas enormes (yo calculo que éramos unos 1000 ó 1500
en cada fila) para entrar y sentarnos. Nos habían hecho la aclaración de que lo
único que podíamos llevar era un lápiz, un borrador y una credencial de
identificación, además de la ficha que nos habían dado al entregar los
documentos.
Conforme
fuimos pasando al interior del Palacio de los Deportes, nos fueron acomodando
en los lugares donde deberíamos de contestar el examen, quedando entre cada
lugar alrededor de tres metros en cualquier dirección, para evitar que alguien
pudiera copiar. Como si en aquel ambiente y circunstancias se pudiera copiar.
A cada
quien le entregaron un cuestionario con las preguntas del examen No recuerdo
exactamente, pero debieron haber sido unas 25 hojas con una cantidad de
preguntas tan grande, que daba flojera solo de imaginar en contestarlas todas.
Como en
todas las situaciones de este tipo, no
había pasado ni media hora cuando se levantó el primero para entregar su
examen. Yo recuerdo haber pensado que ese tipo o bien tenía asegurado su pase
porque tenía palancas para entrar o era un zonzo y no tenía idea de cómo
contestar el examen y prefería ir a perder el tiempo en otro lado. Debo
confesar que lo que no quería pensar era que el examen estuviera tan fácil que
efectivamente se podría haber contestado en ese tiempo y yo era el que no tenía
la capacidad para hacerlo.
Así
duramos hasta que como a las 2 de la tarde, muy cerca de las 4 horas de estar
contestando preguntas de todo tipo y de todos los tópicos que se les hubieran
ocurrido, consideré que ya había contestado todo lo que sabía, así que dejé de
hacerme tonto y me levanté a entregar. Para entonces aproximadamente la tercera
parte de los que presentamos ya habían terminado y a partir de ese momento cada
vez fueron más los que entregaron sus exámenes y salieron del recinto.
Cuando
preguntábamos sobre cómo habríamos de saber los resultados, la contestación
típica era que el resultado llegaría en un sobre cerrado a la dirección que
cada quien había registrado al momento de entregar los documentos.
Para
entonces entre el tiempo que estuvimos en la Ciudad de México para entrega de
documentos y esperando a presentar el examen de admisión, ya teníamos más de 15
días en la Ciudad, de manera que decidimos regresar a la ciudad de Torreón a
esperar los resultados y preparar las maletas para regresar a estudiar en caso
de ser favorecidos con un resultado positivo.
Cuando
regresamos a nuestras casas, nuestros papás nos recibieron con gusto, pero con
cierto recelo hasta saber si habíamos pasado el famoso examen.
Así
pasaron los primeros dos o tres días en que disfrutamos de un merecido descanso
después del estrés de todo lo que hicimos en la Capital, pero después de esos
días, cada día que pasaba sin tener noticias del examen se convertía en un
motivo más de incertidumbre para nuestras vidas. Por ahí del 25 de Mayo,
recibimos todos con angustia la noticia de que ya habían empezado a llegar los
resultados, aunque no se sabía que nadie del grupo hubiera recibido aún sus
resultados. Al día siguiente, me habló mi abuelita de la Cd. de México, pues
ahí era donde me quedaría a vivir una vez que me fuera a estudiar y me comentó
que había llegado un sobre de la Universidad, pero que venía cerrado y que
quería saber si lo podía abrir.
Le
contesté que lo abriera por favor y me dio la noticia de que ¡¡¡Había resultado aprobado en el examen y
por lo tanto estaba dentro de la Universidad!!!
La mala
noticia era que debería estar en la Universidad a más tardar el día 31 de ese
mismo mes de mayo para inicio de clases, es decir, me quedaban menos de 5 días
para ser alumno de la UNAM, así que después de avisar a mis papás y comprobar que a mis compañeros también
les habían avisado lo mismo (milagrosamente todos logramos pasar el examen),
hicimos lo arreglos para salir a la Cd. de México para iniciar nuestra aventura
en la Universidad Nacional Autónoma de México. Por cierto que en esa ocasión yo
me fui pensando que regresaría a Torreón en un mes aproximadamente, pero cuál
sería mi sorpresa que por el trabajo que había que hacer, tuve oportunidad de
regresar a Torreón hasta las vacaciones que fueron seis meses después.
Muy interesante la historia Ingeniero :)
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